Podrido

      Pulcro en su estampa, diligente trabajador
      hombre de puesto relevante que,
      incluso en el grupo más chic, llama la atención.

      Hasta que llega a casa y se destapa,
      dejando caer su fachada impecable,
      liberando al aire una piel que exuda,
      exuda, exuda y más exuda
      los mayores miedos y frustraciones
      que se pudren -en silencio- en su interior.

      Y un olor repulsivo sale de la habitación,
      desprendiendo un hedor húmedo, cargado;
      como a mueble antiguo y obsoleto.

      Sin embargo es un cuarto colorido y juvenil
      que transmite modernidad en cada rincón;
      pinturas plásticas en las paredes impolutas,
      mobiliario de revista y,
      al fondo, ordenador de última generación.

      El sol entraría con gusto por la ventana,
      encendiendo los vivos colores,
      si a ésta no la mantuviera tan cerrada.

      Pero la entrada está prohibida.
      Nadie irrumpe allí sin él saberlo,
      pues quien lo hiciera se percataría
      fácilmente
      que el hedor no es propio del  recinto,
      sino del triste sujeto que la habita
      sumido en desolación constante,
      y experto manipulador de apariencias.

      Y pulcro en su estampa es, diligente trabajador,
      hombre de puesto relevante al que, sin embargo
      se le va pudriendo -poco a poco- el corazón.

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