Lección de peregrino [preámbulo]

   Ella viajaba a pie porque decía que le gustaba sentir el terreno bajo sus botas. Como si de un verdadero infante se tratara, las consideraba de hecho una especie de fetiche de incalculable valor. Al fin y al cabo eran el instrumento que le permitían hacer realidad su voluntad. Le permitían avanzar.

   Su periplo había comenzado sin previo aviso. Aunque en realidad no había sido decisión suya, al menos supo adquirir con el tiempo la capacidad de elegir el ritmo que quería tomar. No sólo eso. De vez en cuando también podía optar entre las diferentes alternativas que el sendero le ofrecía. Y todo ello a golpe de zancada; estaba convencida de que de esa manera podría llegar a percatarse mejor de los detalles más pequeños del camino.

   Así, con el despertar de cada nuevo día recogía todas sus pertenencias, se las cargaba en la espalda y partía, bajo el sol de amanecer, en busca de una nueva victoria en el reto que suponía alcanzar el próximo destino. Y, mientras caminaba, se le iban ocurriendo maneras y maneras de extrapolar sus reflexiones a la propia vida.


                                                                                               

Lección de peregrino [1]

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