De la bondad y otras fuerzas misteriosas


   No es lo más cómodo ser bondadoso. La indiferencia o la propia maldad tienen a veces una atracción inexplicable. ¿Cuántas veces nos comportamos de una manera que en verdad sabemos que no es la correcta? Y sin embargo seguimos en la misma línea, sin bajarnos del burro, para no tener que enfrentarnos a la adversidad que supondría actuar de la manera más honesta; la que mejor nos haría sentir.
   A todos nos viene de serie esa pequeña alarma que nos avisa de que el derrotero tomado podría no ser el adecuado. Se manifiesta de varias maneras: unas veces en forma de remordimiento, otras provoca que nos enfademos inexplicablemente (hasta que nos damos cuenta de que el motivo viene de nuestro interior) y otras, por ejemplo, nos hace sentir avergonzados. Pero esta alarma no actúa de manera individual. A veces puede llegar a ser inhibida en mayor o menor medida por nuestros propios pensamientos —“todos los demás lo hacen”, “no es para tanto”, “no podías hacer otra cosa”...—, resultando que dejamos de ser capaces de oír cómo suena, por mucho ruido que haga. O tal vez sea que nosotros mismos nos entrenamos para hacer oídos sordos para evitar complicaciones.
   Lo ‘no bondadoso’ atrae. Y esto, de hecho, es algo que muchas religiones saben muy bien, tratando de establecer normas fijas e incuestionables —mandamientos— para hacer que sus fieles no sean embaucados por esa misteriosa fuerza que les lleva a no seguir el camino del bien.
   Y la cuestión es la siguiente: ¿qué nos incita a ello?, ¿qué nos mueve a no llevar a cabo lo que en el fondo queremos ser?, ¿por qué nos dejamos llevar por esos factores secundarios a nuestro verdadero y bondadoso objetivo, esto es, aquél que no dispara la alarma interior, que nos hace sentir satisfechos? La respuesta la ignoro; pero no es la única que desconozco. Pues, si bien se puede cuestionar sobre la naturaleza de estas fuerzas, sería ridículo no preguntarse a su vez por qué resulta tan importante el hecho de ser bueno —cuando sería más fácil seguir simplemente el instinto de supervivencia, tratando de conseguir siempre lo mejor para la propia persona—. Siendo que pudieran entrar factores como la moral o la educación, me permito introducir en esa ristra de factores la fe. Fe en que actuar con bondad es lo correcto, pues al fin y al cabo es lo que uno puede sentir en el interior; considero que ese sentimiento es precisamente la justificación necesaria para actuar de esa manera, contribuyendo a su vez al aumento de la propia fe y siendo ésta la que, al final, nos dé la fuerza necesaria para no dejarnos llevar por la indiferencia.
   Así, termino este texto tal como lo comencé: con afirmaciones difusas y preguntas sin respuestas claras; teniendo claro que, si bien éstas pueden tomar mil formas diferentes, siempre quedarán las sabias afirmaciones de filósofos del pasado para no perdernos demasiado en la búsqueda. En cuestiones atemporales, el tiempo y el contexto poco tienen que decir. Y sabiendo entonces que lo más cómodo no es ser bondadoso, y que la indiferencia o la propia maldad tienen a veces una atracción inexplicable, les dejo con estas bonitas y añejas palabras, impasibles ante el paso de los siglos, que un sabio nos legó allá en el s. II...

 
"No te comportes como si fueras a vivir miles de años. Lo inevitable se cierne sobre ti: mientras vivas y puedas, sé bueno."
"¡Qué tranquilidad, la del que no observa lo que su vecino ha dicho, hecho o pensado, sino que se preocupa sólo de que sus actos sean justos y santos! Como el buen corredor, no mires a tu alrededor, corre directamente a la meta, sin distracción."
"Si reflexionas con atención verás que todo lo que sucede, sucede justamente. No me refiero a una sucesión de causa y efecto, sino a una ley justa, casi como si un ser retribuyera según los méritos. Sigue como hasta aquí y, hagas lo que hagas, actúa como un hombre bueno, en el sentido propio de la expresión. Observa esta regla en todas tus acciones."
"La perfección moral consiste en transcurrir cada día como si fuera el último, sin excitación, sin torpeza y sin simulación."
Del libro La Sabiduría de Marco Aurelio.


2 comentarios:

Belén dijo...

Yo creo que la maldad como tal no existe, lo que pasa es que algunas veces hacemos cosas que hacen daño... es mejor la empatía de saber que quizá puedas estar haciendo daño... no sé si me explico...

Besicos

Miguel dijo...

La actitud que adoptemos frente a la vida creo que es lo importante, saber ceder en algo para que todos nos admitamos
Un saludo