El pantano
Caminé -no tuve más remedio- por entre la basura y los rastrojos, abriéndome paso como podía a través de cortantes hierros herrumbrosos y amenazadores cenagales. Estos parecían pugnar entre ellos para ganarse el derecho de ser mis eternos anfitriones. Pero yo lo sabía, y los evitaba a toda costa. Recordé lo que le había pasado a Artax, el caballo de Atreyu, cuando cayó prisionero de la melancolía al intentar cruzar el pantano de la Tristeza... no siempre iba a venir un dragón de la Suerte para salvarme. Sabía que si me detenía sería el fin. Si me dejaba paralizar por las circunstancias acabaría por formar parte de aquellos oscuros colores y olores, por lo que seguí caminando hasta abandonar aquel paisaje de amargura.
Mi cuerpo acabó ciertamente dañado y mi mente catatónica. Pero el esfuerzo había valido la pena porque ahora estaba seguro y podía sentarme un rato a descansar. Miré hacia atrás y contemplé con orgullo lo que había superado. Luego, enfrente, observé un paisaje diferente. Mis ideas volvían a flotar por el aire de manera fluida, se hizo nuevamente la luz y resurgieron de entre las sombras todas las cosas y personas que me gustan. Y seguía, con todo, dentro de mi mente, no muy lejos del maloliente cenagal.
Un día -estaba seguro de ello- volvería a encontrarme en la misma tesitura y con suerte y esfuerzo retomaría el camino de vuelta. Con mucha probabilidad se repetiría el proceso repetidas veces tal como lo había hecho de aquí para atrás. Al menos sabía que cada vez lo pasaba con mayor soltura, pero me atormentaba la idea de que no podía asegurar que esto seguiría siendo así. Fue entonces cuando, cierto día, cogí una pala y un azadón y me propuse ir destruyendo poco a poco aquel indeseable rincón de mi mente.
No fue poco el trabajo que realicé durante incontables semanas ni despreciables las gotas de sudor que sobre aquella tierra vertí, pero lo cierto es que tras muchos meses de ardua faena no había conseguido absolutamente nada. Todo lo que con mi pala quitaba volvía al día siguiente a regenerarse, y los pantanos brotaban nuevamente de la nada al poco de haber achicado sus sucias aguas. Probé incluso introduciendo animales y plantando árboles para darle un poco de vida, pero nada de aquello permanecía más de dos días. Abatido, no pude evitar que el desaliento se fuese apoderando de mi ánimo, y desistí.
Salí abrumado otra vez hacia lugar seguro (aquella ocasión, debido a mi desilusión, me costó muchísimo abandonar el pantano). Conseguí olvidarme poco a poco de mi fracaso y me centré en otros asuntos. Curiosamente fue una etapa en la que me faltaba tiempo para hacer todo lo que quería; siempre estaba entretenido con algo o con alguien.
Pasaron así varias semanas y me di cuenta de que hacía tiempo que no sentía curiosidad por lo que ocurría en las catacumbas. Sin darme cuenta, me había alejado considerablemente de las mismas, ya que con tantas tareas me iba moviendo por diferentes lugares. Y tan lejos me había marchado que no pude encontrar durante días los cenagales, pero cuando finalmente los hallé, caí en la cuenta de que lo que realmente había ocurrido es que tampoco me había alejado tanto como pensaba... ¡el pantano era ahora mucho más pequeño! Era como si hubiera caído en su propias garras: al no haber nadie que se interesara por él estaba siendo consumido por su propia tristeza. Tampoco podía asegurar que esta fuera la verdadera causa de su progresiva extinción, pero lo relevante entonces era que su abandono suponía un obstáculo menos para la fluidez de mis ideas.
Me fui, pues, a proseguir con las tareas que momentáneamente había apartado. Y no volví a pasar por aquel lugar en largo tiempo.
Tamarán, 1478
Gonzalo
No es un hombre poderoso, pero sabe que si quiere conseguir algo nunca va a tener ningún problema gracias a su ingenio y picardía. Pero él sabe mucho, y precisamente por eso sabe conformarse con poco. Me pregunto, incluso, si es que acaso Gonzalo habrá descubierto el gran secreto de la vida…
Él, repito, es cubano. Sabedor de lo que acontece en las altas esferas de la sociedad o de sobrevivir en el lado más hostil de la calle. Es cubano para saber divertirse en cualquier lugar y es cubano para ver que las cosas también se disfrutan pausadamente. Para ser pendenciero cuando la situación lo requiere o para entregar el más sabio consejo en un momento de desesperación. Consciente de que personas hay muchas y experto en tratarlas a todas, sabe ganarse la confianza tanto de unos como de otros, convirtiéndose prontamente en amigo del ricachón y del mendigo.
Es Gonzalo, el cubano, humilde como ninguno, carácter noble de aventurero, repartidor de mil historias repletas de lujos y penurias. No dudes que también repartirá su bocadillo –siempre a partes iguales- si es que acaso no tienes nada que comer. Tú pídele ayuda que él vendrá raudo en su bicicleta para solventarlo. Tómate unas cervezas con él y verás todo lo que se esconde bajo esos ojos claros y esa piel tostada, como curtida y cuidada a conciencia por el sol de la vida.
Un mar de sueños (el marinero que dejó de soñar)
La sensación olvidada
Todo se mueve en círculos
Es bonito volver y darte cuenta de todo esto. Aplicar todo lo aprendido y notar cómo la nostalgia puede aparecer pero sólo coges lo bueno de ella. Lo malo, lo que te hace sentir mal y triste por esa añoranza tantas veces sobrevalorada en el recuerdo, aprendes a obviarlo.
Así que habrá que dejar que todo siga moviéndose en círculos -porque si la naturaleza así lo quiere por algo será- e intentar aprovechar esa circunstancia para seguir mejorando.
De cómo conocí a Guanchito
Después de visitar la cueva y emprender nuevamente mi camino, me encontré con el problema de que este pequeño renacuajo no se despegaba de mí. Quise asustarlo para que no lo hiciera, puesto que llevármelo no podía ser y, además, no podía estar del todo seguro de que estuviera abandonado. Así que dejé que me siguiera un poquito -lo hacía a unos cincuenta metros después de los espantos que le di- porque, en realidad, poco más podía hacer. Nunca imaginé que un perro tan pequeño pudiera caminar tanto como lo hizo él. Yo quería que acabara despegándose de mí y que siguiera ahí detrás al mismo tiempo. Sí, era eso último lo que esperaba cada vez que miraba hacia atrás y me paraba hasta verlo aparecer nuevamente, tenaz, intentando seguir mi ritmo. Y no era fácil en aquella pequeña montaña, ya que el viento de la zona era muchísimo más fuerte a aquella altura y el terreno no era el más adecuado para unas patas tan cortas. Andando a contraviento, sus orejitas siempre estaban plegadas hacia atrás y él, aunque pequeño, intentaba agazaparse aún más para notar menos el intenso soplo que no quería acabarse.
Sin darme cuenta me desvié ligeramente del camino llegando a un saliente donde Eolo parecía querer soplar más que en ningún otro sitio. Tanto, que cuando me di la vuelta y llegué al desvío que debí tomar me di cuenta de que Guanchito no me seguía y que , probablemente, se había quedado en aquel pequeño socavón en el que se había metido para resguardarse. La sensación en aquel momento fue igualmente doble. Alivio por saber que había dejado de seguirme y desilusión por lo que en el fondo quería. Recordé inmediatamente el amasijo de huesos que había al lado, en otro pequeño agujero en la ladera, pequeñitos como los de él y, a tenor de su blanco color, quién sabía si relativamente recientes (sin tener ni idea del tema, esa fue al menos mi impresión). Y no, ¿quién sabía si a Guanchito le esperaba un destino como aquél si lo dejaba en ese lugar? No, no podía hacerlo, así que decidí al instante que debía ir en su rescate. Estaba efectivamente allí, resguardado de las fuerzas de la naturaleza y algo asustado. Lo cogí y lo llevé conmigo hasta el ya cercano pueblo.
A partir de ahí me encontré con muchas personas a las que les contaba que me lo había encontrado, a las cuales le preguntaba si lo conocían, o simplemente qué opinaban. Todos coincidían en que era muy gracioso y que, por qué no, debería quedármelo. Otras personas al cruzarse con él simplemente sonreían. Y fue así como, poco a poco, empecé a pensar que tal vez no sería tan mala idea esa de llevármelo a casa. Aún faltaba algo de camino por recorrer, y llegamos a la costa y a una playa donde seguíamos encontrándonos con personas que no podían evitar mirar con cariño esas orejas puntiagudas que se acercaban rítmicamente desde el horizonte.
Estaba decidido. Y el hecho de que hubiera que meter clandestinamente a Guanchito en la guagua para volver a casa era secundario: tenía una mochila y él era lo suficientemente pequeño como pare meterse sin que nadie se tuviera que dar cuenta. Una pareja que me encontré y que se mostraron encantados me ayudaron y al poco tiempo estaba de vuelta a casa. Hoy, unos días después, Chito sigue sus pasos por aquí y no parece quejarse. Ciertamente, se está ganando rápidamente las papeletas para que le adoptemos.
Inmadurez
[Qué pregunta tan absurda, qué duda más irracional]
Me pregunté una vez,
en la dulce soledad de mis pensamientos,
si ahora mismo estarías siendo feliz.
Si realmente crees que lo fuiste alguna vez.
Y si esa vez, si es que la hubo, fue junto a mí.
[Las cuestiones que me planteo son injustas, inmaduras]
Me pregunté en una ocasión
si ya habrías llegado a ser quien te proponías ser
O si al menos estarías ya en camino hacia tu ansiado propósito
Si acaso comenzaste a hacerlo en aquel, nuestro último día,
cuando yo partí
[Porque dura por fuera, blanda por dentro]
Me lo pregunté alguna vez
Y seguí haciéndolo más, y más
Y me pregunto ya mismo, en reiterada ocasión,
si es que tal vez hubo momento -tan solo uno-
en que habrás pensado en mí
…Y si un día tuviste a bien desearme lo mismo
[Sé que tú, como yo, lo sigues queriendo]
Pero siendo consciente de lo que digo
Si por casualidad fuera cierta
La fantasía que describo
Me causaría gran desasosiego…
[Sigues queriendo lo mejor para mí]
Pues en el lugar donde estoy
Al preguntarme alguien qué es lo que hago
Me respuesta sería muda
Y ni siquiera sabría qué decir.
Y qué pregunta tan absurda, qué duda más irracional
Las cuestiones que me planteo son injustas, inmaduras
Porque dura por fuera, blanda por dentro
Sé que tú, como yo, sigues queriendo
Al igual que la tuya propia, mi felicidad
El beso
Y las palabras, sobraban. Sobraban porque no había nada que decir cuando todo estaba ya escrito en aquel trance de infinitas sensaciones. Sintieron entonces cómo algo corría brutalmente por entre sus venas cada vez con mayor fuerza, subiendo hasta el pecho casi con furia y desesperación y creciendo hasta un punto álgido en el que el rostro del otro desaparecía a medida que cerraban casi inconscientemente los párpados, con mágica y exquisita compenetración. Y fue inevitable -no pudiendo ser de otra manera- cuando en ese punto álgido dejaron de ver y empezaron a sentir en sus labios la ardiente intensidad de su primer beso.
Muerte de un sabio
Te pregunté una vez qué era lo más importante para ti en la vida. No me respondiste. Desde entonces me he preguntado si no lo hiciste porque no lo sabías o porque simplemente consideraste que no debías dármela.
Tú eres viejo. Ya lo eras entonces. Y sé que la vida te ha enseñado muchas cosas. Ahora ambos sabemos que no te queda mucho de vida y que, no obstante, lo afrontas con total naturalidad. Como si ya hubieras cumplido con tu deber y pudieras irte tranquilo.
No me has dicho una palabra desde que he llegado. Sabes que he venido en cuanto he podido. Me llamó tu hijo ayer diciéndome que los médicos apenas te daban unos días de vida y aquí me tienes, un día después, acompañándote en tus últimos momentos. Es cierto que nos separamos durante algunos años pero yo jamás olvidaré todo lo que me enseñaste. Nunca aprendí en ningún libro todo lo que tú fuiste capaz de mostrarme, esas herramientas que tan útiles me fueron para comprender la vida de otra manera.
Me dijiste una vez que yo para ti era como un hijo. Yo era, de hecho, el que se mostraba más receptivo de todos ante tus enseñanzas. Tus hijos, realmente, nunca se interesaron por tus palabras; no sabían que aquel discurso que nos diste sobre la predisposición de cada uno a escuchar ciertas cosas hacía alusión a personas como ellos. Tus palabras podían ser aprovechadas con sabiduría o desechadas con absoluta ignorancia. Son, ambas dos, maneras de vivir con las que se puede ser feliz, pero de diferente manera.
Pero te irás finalmente con tu sosiego y sin responderme aún a aquella ansiada pregunta. Para mí, tu hijo adoptivo, si es así como me consideras, resulta desalentador perder a alguien que ha significado tanto. A ti, el que considero mi maestro, espero que allá a donde vayas encuentres todas las respuestas que aún te quedaron por descubrir. Las mismas a las que yo ni siquiera aspiro a imaginar, que van más allá incluso de esa gran pregunta que a mí aún me atormenta en mis momentos de reflexión.
Vete, amigo mío, con la paz que ya has conseguido. Yo seguiré recordándote en tus mejores momentos y aplicando todo lo que aprendí de ti. Y buscaré esa respuesta con las herramientas que me has dado, porque sé que es eso lo que en verdad pretendes. Si tú así lo crees es que seguramente no habrá otra manera de conseguirlo.
Amigo mío, maestro, compañero… con todo mi pesar no me queda más que decirte adiós… y gracias, mil gracias por todo.
Abstracción
En una vida cambiante, donde hay tantas cosas que experimentar y tanta gente diferente de la que aprender, se encontraba, una vez más, perdido. Invariablemente se sentía a la deriva en un mundo donde todo parecía estar establecido. Se preguntaba una y otra vez por qué averiguar cuál debía ser su propio camino le resultaba algo tan complicado cuando todos parecían estar encaminados… y felices.
Como una triste canción evocando viejos momentos de alegría arrebatados por el tiempo, sentía el pesar de la incertidumbre sobre sus espaldas. La misma incertidumbre que en otras ocasiones le resultaba tan alentadora: símbolo de la auténtica aventura. Aquella que tanto buscó. La misma que no se compraba con ninguna moneda, sino con los años de su propia vida.
Ya no recordaba su propio principio. Éste se iba desvaneciendo ya en la creciente espesura de la neblina del tiempo; y su fin más próximo se volvió intangible. El continuo cambio lo marcaba y lo seguiría marcando, seguramente, durante mucho tiempo. Ni siquiera sabía si quería que esto fuera así, pero eso ya había dejado de tener importancia porque, sea como fuere, era algo contra lo que tendría que luchar, algo con lo que tendría que convivir. Y esperó sinceramente lograr algún día armonizar con ese cambio tan innato en su existencia. Porque posiblemente tan sólo así podría llegar a leer el inefable entramado que era ahora su vida.
El hombre etiquetado
Érase una vez un hombre etiquetado. Poca cosa se sabía de él, pues su extraña etiqueta inspiraba cierta desconfianza. Un buen día vino y, al tiempo, se fue. Y nadie supo nunca leer más allá de lo que aquel trozo de papel ponía.
Lo malo de viajar
Es lo malo de viajar… cuando te toca irte y despedirte quizás para siempre de quien ha sido tu compañero.
Es lo malo de viajar… que cuando en ocasiones tenías ganas de volver nunca imaginaste que perderías todos esos nuevos vínculos que en el fondo tanto apreciabas.
Es lo malo de viajar… cuando te das cuenta de que simplemente la vida es así y el viaje es una maqueta a escala de lo que ésta nos depara a todos en realidad.
Carta a mis compañeros
Tiempos de desdichas y alegrías (breve epílogo de dos años en el ejército).
Hace dos años tomé la decisión de arriesgar un poco el derrotero de mi vida para meterme en el ejército. Eran para mí otros tiempos y otras vivencias; yo, en aquel entonces, era otro. El lugar donde me metí no era fácil: no todo el mundo estaba dispuesto a soportar las miserias a las que éramos sometidos. En aquel entonces, en los dos primeros meses, podía tomar la decisión de irme. Y aunque en algunas ocasiones se me pasó por la cabeza, en el fondo sabía que la suerte ya estaba echada desde el momento en que decidí dar el paso, que tenía que llegar hasta el final. Esos dos primeros meses, más uno añadido, haciendo la instrucción en Cáceres se me antojan ahora un poco lejos a pesar de no haber pasado tanto tiempo. Pero si eso es así es, seguramente, porque en todo este tiempo han ocurrido muchas cosas.
La siguiente fase prometía ser más alentadora, pues se suponía que ya había pasado la época más puñetera, pero resultó que era en ese entonces cuando comenzaba la verdadera agonía. Y era en verdad la razón por la que yo había decidido irme: estar allí, en Jaca, en la Brigada de Cazadores de Montaña. Pero en el cuartel La Victoria las cosas no solían ser felices para los nuevos, los pollos. Había que ganarse la boina, ganarse la confianza de los compañeros, ganarse la confianza de los mandos… ganarse, en definitiva, una reputación. Y todo bajo un ambiente hostil cuyo único objetivo era putearte e infravalorarte en un sistema en el que todo el mundo, desde el jefe más alto hasta cualquier compañero más antiguo, parecía despreciarte. Para una personalidad como la mía resultó ser un infierno, y más de una lágrima derramé en silencio -o delante de algún amigo- por creer que no merecía semejante castigo. Los primeros fueron meses de desdicha y menosprecio, repleto de infravaloraciones injustas.
Pero pasaron los meses y con ellos muchas maniobras y muchas experiencias. Cada vez se llevaban mejor: intentaba no cometer nunca el mismo error dos veces y aprender todo lo nuevo de cada situación. A pesar de mi escasa vida militar, en una unidad como esa iba ya ganando antigüedad, pero si había algo que tenía muy claro es que no podía caer en las redes del sistema que tan mal me acogió: siempre intenté mostrar humildad y enseñar sin broncas a cualquier nuevo que me preguntara. Ya en Cáceres tenía claro que la reputación era algo muy importante en ese mundo, y si bien al llegar a Jaca había perdido toda la que había ganado en aquel entonces al ser un sitio nuevo, las cosas se me iban poniendo mejores. Si había que correr, corría como el que más, si había que caminar, sabía que jamás me debía quedar atrás, si me dolía un poco el tobillo, no quise nunca darme de baja, adonde hubiera que ir, yo iba, y si había que llevar algo más de peso alguna vez, yo lo llevé. Eran muchas de esas cosas inherentes a mi personalidad, pues nunca me gustó estar detrás de nadie, pero lo cierto es que gracias a ellas llegué a ganarme un respeto con el que me sentía, paradójicamente, sobrevalorado.
Y es que nunca llegué a pensar que en los últimos meses pudiera llegar a sentirme tan querido como me sentí. Y es por eso por lo que no me importa olvidar las decenas de ocasiones en las que me arrepentía rotundamente de haberme metido en aquel berenjenal. Los últimos meses, esos en los que me sentía tan querido, en los que sabía que había hecho cosas que de otra forma no hubiera hecho nunca, en los que sabía que era fuerte y respetado, que me había convertido en un buen soldado sin olvidar la humildad, y que mandos y soldados me lo recordaban cada día, fueron, sin duda, enormemente gratificantes. Me sentía tan orgulloso de mí mismo que es una sensación que, junto a mi pequeña aventura, no la cambio por haber acabado la carrera que en ese tiempo ya hubiera acabado.
Son muchas cosas las que habría que contar; muchas aventuras y desventuras que posiblemente sólo con la ayuda de mis compañeros de fatigas sería capaz de relatar fielmente. No me siento capaz de escribir todos los pequeños detalles ni todas las pequeñas grandes hazañas. Y ante la típica pregunta acerca de qué he sacado en estos dos años posiblemente nadie me comprendería si le contestara que el provecho ha sido la experiencia en sí misma. Pero me da igual porque yo, ahora, estoy totalmente convencido de que mi crecimiento personal ha sido inmenso y que la satisfacción de ganarme la confianza de algunas personas que no se la dan a cualquiera vale mucho para mí. Y aunque faltó alguna cosa para poner la guinda a la historia, quizás esté destinado a ponérsela más adelante cuando un día decida, quién sabe, seguir viviendo pequeñas -grandes para mí- aventuras.
Reflexiones desde mi ventana
"Sigue buscando"
El error
Cuando los sentimientos se marchitan...
Sobre el odio
Yo soy de los que piensan (realmente no sé si alguien más lo pensará...) que los remordimientos son las señales por las cuales nuestro verdadero Yo nos indica que hemos hecho algo que se aleja de los ideales de ese "Yo" nuestro. Ciertamente, intentar conocerse a uno mismo es una de las tareas más difíciles que puede llevar a cabo un ser humano, por lo que es lógico que, no sabiendo cómo es realmente nuestro interior, erremos en nuestros actos. El remordimiento, entonces, sale a la luz y nos avisa de que nos hemos equivocado de acción. Sin embargo (dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra) el hombre no suele aprender la lección con una clase; es necesario caer una y otra vez en el mismo error para darse cuenta de que ése no es el camino que desea verdaderamente seguir. Y esto creo que normalmente es así.
Hoy, tras odiar, recibí una de esas señales de mi Yo no mucho después. Me pregunté el por qué de esa señal, pues, ¿acaso no fue lo suficientemente justificada la ocasión? La causa de mi odio era ajena a mí, yo era totalmente inocente, ¿qué culpa podía tener yo? Pues , qué ironía, resulta que toda la culpa era mía y sólo mía. Porque, a decir verdad, ¿no es estúpido que cosas ajenas a nosotros mismos dominen nuestros sentimientos? No podréis negar que siempre se odia a algo o a alguien... pues bien, ¡felicidades a ese algo o alguien!... ya que ha sido capaz de corromper nuestros sentimientos, aquéllos mismos que nos pertenecen a nosotros y sólo a nosotros.
Hoy he aprendido que con el odio no se gana nada. Absolutamente nada. Por el contrario, nos puede hacer ganar enemigos o muchas enemistades. Nos lleva a ser vulnerables ante diferentes situaciones en la vida, previsibles. Y lo peor de todo, acabará por hacernos manipulables, pues quien sepa manejar con eficacia las cuerdas de ese títere llamado odio, hará con el alma que la lleva lo que quiera. En otras palabras, no dejemos que el odio nos haga esclavos del mundo exterior, seamos libres de elegir lo que queremos sentir. Creo que es un buen consejo oír las indicaciones de ese Yo interior, ya que pienso que es ahí donde radican todos los buenos sentimientos: los de una persona justa consigo misma y con los demás. Tratemos pues al odio como él nos quiere tratar a nosotros, y desechémosle porque de nada vale tenerlo en cuenta. La satisfacción de elegir lo que queremos es a lo que todos deberíamos aspirar; eligiendo nuestros propios caminos. Que podrán ser tanto buenos como malos, pero elegidos por nosotros.
El mundo al revés
En otras ocasiones se me hace evidente que lo que debo es pensar más en mí, sin dar tanta importancia a lo que puedan sentir o padecer los demás. Porque cuando me doy cuenta de que es eso lo que estoy haciendo, a pesar de estar haciendo lo que realmente creo correcto, me siento al cabo un tanto imbécil y fuera de lugar.
Y si con lo malo me siento aliviado y con lo bueno a veces imbécil, entonces... ¿en qué mundo estoy viviendo?
Can't say goodbye
aún no puedo decir adiós
todavía queda mucho por recorrer
para llegar al fin ser
el ideal que está en mí
en lo que me quiero convertir
No, no es momento de detenerse
no decaer, no decaer
seguir con paso firme el camino
sin admitir la derrota insistente
y haciendo eco de mi destino
No, ahora no
ahora no puedo rendirme
debo sin dilación avanzar; más y más
¡más y más fuerte!
y, otra vez, volver a levantarme
Porque aún no es el final
No... aún no puedo decir adiós
Tan fuerte como el mar
Pensaba en todas las personas que se habían sentado con ella en aquel mismo banco y en todas las ocasiones en las que permanecía allí con la única compañía del océano. Recordó aquel día en el que, en aquel mismo lugar, oyó cómo a sus espaldas alguien le confesaba que no había otra cosa que deseara más que ser tan fuerte como el mar: incorruptible siempre ante cualquier adversidad. Al girarse para mirar el rostro del inesperado acompañante advirtió, antes mismo que su ya avanzada edad, un dolor tan sumo en su expresión que no pudo dejar de sentir un vuelco en el corazón. Aquella conversación no siguió con más palabras, sino con una intensa y fugaz mirada entre ambos. Lucía supo al instante que aquel hombre tenía un gran dolor en el corazón y temió sentirse algún día tan desdichada. E intentó a partir de ese día, a imitación del buen hombre, ser tan fuerte como el mar.
Desde entonces era ese recuerdo el que siempre le daba fuerzas para seguir adelante. Sabía que únicamente la vida podía enseñárselo con el tiempo, pero estaba segura de que desde aquel día y aquella meta que se había propuesto se sentía menos vulnerable. Y es que era consciente de que ese océano siempre estaría allí con ella y que cuando consiguiera alcanzar aquello que el viejo tanto deseaba ella misma se convertiría en el mar. Entonces ya nada podría herirla. Porque las personas que pasaran por su vida serían como los navíos que iban y venían surcando su indestructible e inseparable aliado. Y al igual que éste tiene puertos por doquier, ella siempre dejaría lugar para ese esperado barco que algún día atracaría sinceramente en su corazón.
En la Gare de Lyon
Desdichas ajenas.
Tras esos segundos de reflexión me di cuenta de que ya era hora de cambiar y volver a lo que era: saqué la cartera, me di la vuelta, recorrí los diez metros que me separaban de ella y entregué a la señora una moneda en su vacía cestilla. Era irónico -si bien fiel reflejo de la realidad- ver la vacía cesta en una ciudad de gente adinerada como ésta. La mujer me miró y vi en sus ojos tal sinceridad en su agradecimiento, en las gracias que me dio, que noté ese pinchacillo en el corazón recordándome lo injusto que era el mundo. Con sus reiteradas palabras de agradecimiento y su mano puesta en el pecho para enfatizarlo me hizo sentir profundamente satisfecho de mí mismo. Sé que así es como debo y deseo ser y no quiero cambiarlo. Ese pinchazo en el pecho y ese pequeño dolor que sentí al captar por momentos su miseria me ha vuelto a abrir los ojos y descubrir que no es justo olvidarse de las desdichas de las personas. Ni justo ni ético.
Entre yo y yo mismo
- Nunca me he considerado especial. Diría, ahora que lo mencionas, que las personas especiales nacen con ese don, con unas facultades que otros no tienen y que los hacen ser superiores en algunos aspectos. O, quizás, sólo sea que se les considera especiales por el mero hecho de ser pocos. Pero yo no he nacido con ningún don. Es cierto que sé que es algo a lo que hay que resignarse, pero, en el fondo, siempre queda algo dentro de nosotros que hace que nos sintamos infelizmente impotentes, una sensación de injusticia que provoca sentir celo hacia aquellos que son mejores y que genera, a su vez, profundas dosis de odio hacia los demás y hacia nosotros mismos. ¿Es por este odio por lo que, a veces, siento la necesidad de desapegarme al resto de las personas? ¿Es este odio hacia mí mismo, o el odio hacia los demás, o los dos a la vez, los que hacen que sienta la necesidad de vivir en la soledad?
- Sabes perfectamente que el hecho de no quererte a ti mismo hará que quieras alejarte de los demás por miedo a que te rechacen.
- Sí, tengo claros los males que provoca la inseguridad, pero yo no lo llamaría miedo al rechazo. Diría, más bien, negación al rechazo.
- ¿Quieres decir que te niegas a que otros te rechacen? No dudo que es un recurso muy eficaz para ocultar tu miedo; porque no voy a retractarme de mi opinión hasta que no me des argumentos sólidos para demostrar que esas palabras que has usado no son sólo un mero disfraz.
- Es una cuestión de orgullo propio. Yo no tengo por qué estar sintiéndome rechazado por aquellos que han sido favorecidos con algún don, con virtudes socialmente bien vistas, por aquellos a los que les han ido mejor las cosas, por aquellos que han logrado ser felices sin tener que haberse hecho tantas preguntas.
- ¿Y por qué te molesta tanto sentirte rechazado?
- . . .
- Estoy esperando una respuesta.
- Por mi orgullo, supongo.
- ¿Y qué es el orgullo? ¿Qué significa para ti ser orgulloso?
- No sé a dónde quieres ir a parar, pero lo cierto es que, creo, me estás llevando por los caminos de la contradicción. Orgullo es, al fin y al cabo, el amor que se tiene hacia uno mismo. Realmente, aunque en un principio pueda parecer lo contrario, es algo que nos ayuda a mantenernos enteros ante los ataques externos. Ser orgulloso es luchar por la integridad de uno mismo.
- Bien, según el diccionario, el orgullo es 'arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia'. Aunque tu definición no es exactamente la misma, el amor propio es algo que comparten ambas. El orgullo del que habla el diccionario es un exceso de amor que hace que, efectivamente, sea algo malo para el sujeto, puesto que es sabido que la arrogancia y la vanidad no son virtudes que hagan mejores a los hombres. La palabra arrogancia es sinónima de soberbia, y buscando ésta en el diccionario nos da una definición interesante: altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. ¡Apetito desordenado a ser preferido a otros! Dime una cosa, ¿qué opinas sobre esto?
- Lo sé. La comparación es causa de infelicidad. Sé que compararme con el resto de la gente no es sabio en absoluto, al menos en la manera en que hemos aprendido a hacerlo en esta socidad.
- Me alegro que lo sepas, no lo dudé ni un segundo. Sin embargo, sabes tan bien como yo que, aún sabiéndolo, no puedes evitarlo. La comparación es algo que está en ti y en todas las personas que viven a tu alrededor, todos inmersos en las mismas costumbres. Sé que es muy difícil permanecer aparte ante tales fuerzas, porque, sí, parece que hay fuerzas que nos incitan con monstruosa insistencia a que nos comparemos con los demás. Sé lo difícil que es llevar a la práctica aquellas frases que dicen: 'La única competición digna de un hombre sabio es consigo mismo' o el 'Yo soy yo, y mi circustancia'.
- Es muy cierto lo que dices, lo reconozco. Intento permanecer al margen de las comparaciones pero, aunque por rachas lo consigo, me veo caer una y otra vez en el mismo agujero.
- Repasemos un poco los pasos que hemos dado para llegar hasta aquí. Hablábamos en un principio de inseguridad y de negación al rechazo. Aunque todavía no me ha quedado muy claro eso que llamas 'negación al rechazo', vamos a dejarlo aparte. Hemos inferido que la negación al rechazo se debe al orgullo, y también hemos descubierto, gracias al diccionario, que el orgullo viene en un pack en el que el 'apetito desordenado a ser preferido a otros' está presente. Es por eso por lo que las malditas comparaciones -que ambos estamos de acuerdo en la malicia que traen consigo- se han visto inmersas en la discusión. ¿Quién te iba a decir que tu vieja amiga iba a estar presente en este diálogo?
- No soy nadie especial... Sabiendo que la dichosa comparación está metida en este embrollo me siento mejor. En muchas otras ocasiones me he enfrentado a ella y sé, más o menos, cómo salir airoso. En el mundo de la no comparación, ¿quién es especial? Nadie es especial porque nadie es comparado con nadie. Cada cual es como el destino (o lo que quiera que sea la cosa responsable) ha decidido que sea, y cada uno es libre de poder intentar ser lo que desea, bajo el peso sus propias circunstancias, que son únicas e instranferibles en cada sujeto. Así, si uno quiere conseguir algo, tendrá que luchar contra su propia suerte, y usar las armas que les han sido dadas por la naturaleza (o quien quiera que nos las de). La palabra injusticia no cabe aquí. Tal vez sea suerte, o una cuestión de karma, no lo sé. Pero creo que eso ya trasciende nuestros conocimientos. Gracias, amigo mío, por tus consejos.
- Sólo una cosa más. ¿A qué contradicción te referías antes?
- Bueno, me resultó muy curioso el hecho de que pudiera sentirme tan orgulloso de mí mismo cuando justo antes había profesado el rechazo hacia mi persona. Mi inseguridad daba pie, de un modo u otro, al orgullo.
- ¿Y no necesitan las personas orgullosas precisamente de los demás para hacer merecer sus virtudes?
- Ciertamente; si no, no verían saciada su sed de protagonismo.
- Y todo esto conociendo la inclinación a la soledad a la que nos referíamos cuando hablábamos de tu inseguridad... ¡menuda paradoja!
- Mejor dejemos esta conversación para otro día, ¿te parece?
- Me parece, sí, me parece...
Cuando me dejabas dormir a tu lado
Hace un año -tan sólo un año- todo era muy diferente entre nosotros. En estos mismos días de frío, lluvia y nieve que ahora nos vuelven a acaecer eran otros los sentimientos que nos unían. Era tu compañía la que me alentaba a seguir adelante en un lugar que se me antojaba, en aquel entonces, terriblemente hostil. Siendo yo de tierras más cálidas, eras tú la fuente de calor que me mantenía vivo en mi primer invierno de verdad.
Hoy es uno de esos domingos tristes y nublados; con las calles aún más vacías que de costumbre por la lluvia que no ha parado de caer en toda la tarde. Es uno de esos días en los que, hace un año, estaríamos en tu habitación abrazados y disfrutando de nuestra mutua compañía, acariciándonos y mirándonos con dulzura, hablando de cualquier asunto de mayor o menor importancia… o quizás en silencio; igual daría, pues de cualquier manera estaríamos haciendo crecer ese afecto que entonces tanto nos unía.
Pero ya no podemos decir que nada de eso siga vivo. Jamás hubiera imaginado entonces que las cosas se tornarían de esta manera, que alcanzarían un punto en el que llegaría a sentirme un extraño en tu cama o que no me miraras con aquellos ojos enamorados.
Recordarás, seguramente, cómo dormíamos en aquel tiempo: pegados a más no poder, acurrucados el uno junto al otro juntando nuestras mejillas, pretendiendo quizás de manera inconsciente volvernos uno. Tú siempre buscabas la manera de apoyar tu cabeza encima de la mía; y yo me dejaba aun estando algo incómodo, porque aquello era lo de menos cuando me sentía tan privilegiando teniéndote tan cerca.
Tal día como hoy, domingo frío y lluvioso, seguramente acabaría pasando la noche junto a ti, en tu casa, en tu cama. Y te alegrarías enormemente al saber que seguiría estando contigo durante algunas horas más. No era complicado averiguarlo en tu expresiva cara. Ahora, sin embargo, apenas refleja ilusión alguna al reinar la indiferencia en el tan sólido vínculo que antaño nos unía. Al igual que no hacía falta que me dijeras cuánto me querías porque podía averiguarlo tan sólo con verte, ahora tampoco es necesaria palabra alguna para saber que la llama apenas tiene fulgor; que mi cuerpo en tu cama no es más que un objeto más quitándote algo de espacio. Y que seguramente no volvamos a intentar, inconscientes, volvernos uno mientras nos abrazamos tiernamente.
Soberbia
¡Dime a la cara si es que acaso te crees mejor que yo o me consideras un pobre imbécil!
¡Atrévete y verás cómo te demuestro sin puños ni palabras de lo que soy capaz!
¡Que soy incluso mejor que tú porque aún no he olvidado la humildad que ambos tuvimos un día!
¡Porque mis actos harán callar esa amarga boca que has alimentado con soberbia y más soberbia!
¡Porque yo nunca me dejaré arrastrar por la dulce corriente del poder!
¡Ya nunca seré corrompido por nada que quiera arrebatarme mi honradez!
¡Y esto alguien como tú me lo enseñó, también con sus actos! ¡Alguien como tú, sí!
¡Para que veas que no hace falta hacer sentir inferior al resto para uno ser lo que es!
¡Ahí está el verdadero ejemplo! ¡La auténtica virtud!
¡Así que aparca de una vez tu altivez y deja de mirarme como si fueras superior a mí!
...
Porque, si no yo, la vida te demostrará algún día que no eres más de lo que eres.
No te abandones
Y ser voluntarioso no debe ser algo con lo que se nace
El ser con voluntad se hace
Por eso, día a día, acto tras acto… no te abandones
El que tiene voluntad sabe lo que quiere, lo que desea ser.
Y se pueden abandonar proyectos por uno u otro motivo
Pero aquél que nos permite dirigirnos a nuestro objetivo
Es el único que al que no debería renunciarse.
Porque sería abandonarnos a nuestro destino
Despedirnos de nuestras ilusiones
dejarlas naufragar vilmente
¡olvidando tal empeño ya nada tendrá sentido!
no, no somos almas carentes de pasiones
tan sólo es que la voluntad está latente
y vislumbrarla es no abandonarse a sí mismo
por eso, día a día, acto tras acto… no te abandones
No abandones lo que realmente quieres ser
No, no te abandones
No te abandones
El desierto (Soledad)
Y yo, mientras tanto, sigo pasmado ante esta repentina ilusión, permanezco en mi sitio sin ni siquiera cubrirme los ojos de la agresiva tempestad que me rodea. Me pregunto cómo habré llegado hasta aquí. Estoy solo, terriblemente solo, y empiezo a recordar que es el mismo sentimiento de instantes antes de haber aparecido aquí. Y nunca antes había sentido un sentimiento que me inspirara tanta desdicha.
Aunque el desierto, en su soledad, pareciera al principio rechazar mi repentina presencia, parece que poco a poco va tolerando un huésped más; la tormenta va amainando. Pero, ¿un huésped más? ¿Acaso estoy loco? En este lugar, posible fruto de mi fantasía, no puede haber nadie más. Jamás pude imaginar lugar más desamparado. No, reflexiono, jamás pude imaginar lugar más desamparado porque jamás mi alma se había sentido tan sola.
Poco a poco la arena se desvanece del aire y voy dislumbrando más y más esta tierra olvidada. Pero al cabo me doy cuenta de algo terrible. Oh,¡ojalá no hubiera cesado nunca la tormenta! Comprendo que únicamente me estaba engañando, que en lo más profundo de mi corazón esperaba encontrar a alguien tras aquella arenosa barrera. Ahora aquel pequeño ápice de esperanza que me mantenía vivo se va desvaneciendo junto con la tormenta. Estoy solo... completamente solo. Más allá de las palabras, creo que únicamente yo podría comprender mi propio sentir; y, entonces, encuentro una excusa irrevocable para convencerme de mi absoluta soledad en este lugar.
Noto cómo mi cara se torna con una expresión facial tan triste que aumenta mi dolor, momento en el cual me doy cuenta de que las lágrimas corren por mis mejillas en insólita abundancia. Los pinchazos de mi corazón se vuelven insoportables, ¡me asfixio!... ¿se puede morir de soledad? Oh, en mis carnes vivo la respuesta a mi pregunta. Apoyo una rodilla en el suelo, en aumentada turbación, mi mano derecha en mi corazón, mi mano izquierda me sirve como tercer apoyo. Recuerdo todas esas lecturas, todos esos diálogos que me incitaban a creer que siempre debemos tener esperanzas. Pero, ¿la hay esta vez? No lo creo, estoy acabado; ya sólo veo caer mis propias lágrimas en la infértil tierra y desaparecer en ella casi en el mismo instante. Me pregunto si mi propia existencia se desvanecerá de las mentes de los que me conocieron con tal pasmosa rapidez... Cierro los ojos. El dolor y el creciente miedo al olvido se abalanzan sobre mí. Sí, me desvanezco...
En un último esfuerzo, noto cómo mi cuerpo se vuelve a alzar, pero no soy yo. Unas cálidas manos me levantan agarrándome por las axilas y logran incorporarme. Entonces oigo, en mi semiinconsciencia, que alguien me habla: -¿tú también estás solo?-
Mi alma vuelve a florecer... Aun en esta infértil tierra, también es capaz de hacerlo.
Lo que hacemos en la vida
Suma de mil momentos; mil historias y acontecimientos
Llena de acciones ligadas a una moral tal vez aprendida
o quizás innata, inherente a nuestra vida
Y todo que lo que hemos sido, todo lo que hemos hecho
no queda grabado más que en nosotros mismos
Lo que de nuestra boca salga no será más que reflejo
de lo que en verdad fue, de lo que en verdad hicimos
Y aquella misma moral juzgará, muy severamente
si lo que los cuentos cuentan con brío y maestría
son fruto de elogiables vidas
o ilusiones de absurda majadería
Pues difícil es vivir con honestidad
en donde lo más fácil es convertirse en charlatán
Ocurrió en San Gregorio
El caminante
El mal soñador
Miró el reloj el viajero que se disponía a coger el autobús hacia su lugar soñado. Habían pasado diez escasos minutos desde que su autobús salió. No habían sido tan rápidos esos románticos pensamientos de visionadas autobiografías, y el viajero se sintió mal por haber desperdiciado una oportunidad de emprender definitivamente su camino. Alzó la vista y observó con alegría que en cinco minutos salía otro autobús con otro destino nada despreciable. Pero mientras pensaba qué habría sido de su vida si hubiera cogido el autobús perdido, salió aquél otro sin que el empedernido soñador ni siquiera se percatara.
Sin Rumbo Fijo
No quiero, no obstante, que los muchos que posiblemente se sientan identificados con lo que he dicho anteriormente intenten buscar textos relacionados con ese tema en este blog. No. Este blog es, sobre todo, para mí. Para publicar cualquier cosa que me apetezca, desde textos sueltos a pequeños fragmentos de mi vida, desde fotos diversas a relatos míos o que considere que valen la pena leer. Pretendo -y esta introducción tiene el mismo fin- escribir para releerme en un futuro y recordar lo que entonces pensaba y me intrigaba, para recordar trozos de mi vida que quizás de otra manera podrían caer en el olvido. Pero también, claro está, para que me lea quien quiera leerme y abrirme a todo aquél que tenga interés en conocerme, pues estoy seguro de que es escribiendo como mejor expreso mis pensamientos. Y de paso, cómo no, sacio ese pequeño ansia de escribir que no siempre logro apagar por no saber qué contar.
Creo que eso es todo lo que quería decir aquí. Así que, sin enrollarme más, mando un saludo a todos los amigos que hasta aquí han leído, en especial a aquellos que hace tiempo que no veo.