Lección de peregrino [1]

   Llevaba en su mochila todos sus enseres personales, abrigo, comida, agua y algo de lectura. También portaba algunas de sus lecciones aprendidas, pues acostumbraba a escribir un diario donde relataba parte de sus andanzas. Así podría recordar en el futuro las experiencias más llamativas del presente.

   –¿Qué llevas ahí? le preguntaban algunos curiosos al ver su mochila.

   –Mi casa le gustaba responder. Lo que llevo es mi casa.

   Y era verdad, puesto que en el fondo no necesitaba nada más para ser feliz. Era un valor moral que formaba parte de sus creencias personales, aunque tampoco pretendía con ello engañarse a sí misma: sabía que la austeridad no era fácil de llevar en el mundo ostentoso que le había tocado vivir. Pero ella al menos lo intentaba, y ese simple hecho le satisfacía.

   Había comenzado con la mochila bien cargada. Pero con el paso del tiempo se daría cuenta de que, a efectos prácticos, cualquier peso añadido no hacía más que incrementar el sufrimiento del viaje que le había tocado emprender. La austeridad había pasado entonces de ser ese valor moral que ella misma se había impuesto a una necesidad vital para el éxito de su marcha. Se preguntó entonces si es que acaso había sido, hasta entonces, esclava de sus propias pertenencias más insustanciales.



Lección de peregrino [preámbulo]                                                                    Lección de peregrino [2]

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