Carta desde el fango


De todos los sentimientos nefastos, el fracaso debe de ocupar un lugar importante en el ránking. Produce un malestar desolador, capaz de hacerte arrodillar y engullir tu propio orgullo. Te paraliza y te destruye, quizás, para siempre.

Fracasar es abrir los ojos y darte cuenta de cuán ridículamente has malgastado tu tiempo en los últimos diez años. Es percatarte de que vivir con tus propios principios no te ha dado beneficio alguno, y que ir a contracorriente no ha sido más que un malgasto inútil de energía. Sólo los más fuertes pueden emprender tales hazañas, y yo probablemente ni soy fuerte ni tengo en verdad fuertes principios.

Siempre intenté vivir al margen de tendencias, modas y demás aspectos que considero superficiales. Y sin embargo ahora deseo más que nunca dinero, éxito y reconocimiento. Volvería al pasado y procuraría ser uno más, dejándome arrastrar por la corriente y beneficiándome con ello de todo lo que el sistema ofrece, adaptándome sin pensarlo demasiado a las circunstancias presentes. Probablemente no hubiera sido difícil, pero sea como fuere ahora ya es tarde para eso, y veo cómo he perdido para siempre la que podía haber sido mi mejor juventud. Para siempre.

Fracasar es haber rechazado otras maneras de vivir la vida para luego envidiarlas. Para que luego la aflicción, la envidia y la tristeza por no haber seguido tales derroteros te corroan por dentro, y para que entonces la desesperación se encargue de finalizar el trabajo. Cada vez siento más lástima y compasión por mí mismo, dueño de una vida insípida, vacía y fútil. Me avergüenzo de lo que soy y de lo bajo que he caído, pues ni supe ser fuerte ni supe andar mis propios caminos. Creo que nunca he visto la felicidad tan lejos, y ahora me pregunto desconsolado si acaso la hubiera podido encontrar en cosas materiales. No soy más que un materialista más disfrazado de hombre sencillo, un arribista frustrado; un hombre que durante toda su vida se ha mentido a sí mismo diciéndose que no se es más feliz siendo más poderoso. La vida misma, el karma, parece preocuparse en restregármelo con vehemencia.

Pocas cosas me interesan ya a estas alturas, y aún menos quiero saber acerca de lo que a otros les llama la atención. Me he desgastado, víctima de mí mismo y de mis circunstancias. Soy un ser totalmente inadaptado en un mundo que para otros es maravilloso. He tocado fondo y deslizo en el fango una y otra vez, rabioso, sin poder levantarme. Doy vueltas en mi círculo vicioso hasta la extenuación.

Éste es el resultado de años a la deriva: embadurnado de barro en un charco de estiércol, ahogado en mis propias penas. Me autodesterré sin motivo a las cloacas de la sociedad, y ahora francamente pienso que estaría un tanto mejor viviendo en un chalet de lujo. Solía encontrar en la melancolía mi inspiración para escribir, y ahora es tal mi aflicción que ni siquiera tengo interés en expresar poco más que estas palabras. Mis ideas están podridas y su hedor me impide respirar. Hace ya demasiado tiempo que empecé a quedarme sin oxígeno y mi fuego ya casi está extinto. Me apago.

He fracasado.