La bestia

   Los enfrentamientos con la bestia se contaban ya por decenas. De tanto en tanto ésta se agitaba y luchaba con vehemencia por salir de su jaula, por lo que la lucha se centraba tanto en reducirla como en reparar y volver a poner a punto la prisión que la recluía.  A veces, la pugna resultaba especialmente fiera. Tanto, que era capaz incluso de hacerle llorar. Y es que no era fácil dominar tremendo temperamento. 

   Hasta entonces siempre había salido victorioso. Sin embargo había aprendido, tras la enésima batalla, que el hecho de ganarla no significaba que fuera la última. El desenlace final (sí tenía claro que algún día habría un desenlace) se le antojaba, por otra parte, obvio: o lograba dominar definitivamente a la bestia interior, o al final ésta acabaría por devorarle las entrañas.