"Sigue buscando"

Había sido premiado con un euro por un pequeño recado que había hecho a su tía. Ilusionado con su pequeña fortuna, corrió raudo una vez más hacia su kiosco habitual para comprar uno de esos bollos que venían con 'rasca y gana'. Se preguntó si esa vez sería la definitiva, si la suerte llegaría a él como ya lo había hecho días atrás con algunos de sus amigos. Abrió con brío y casi desesperación el envoltorio, sacó la posible tarjeta premiada ignorando el no poco apetecible pastelito, la rascó con la moneda de 20 céntimos que le había devuelto el dependiente y observó, una vez más, cómo aparecía poco a poco la odiada frase de siempre: 'Sigue buscando'.

El error

El peso de aquel enorme trasto era espeluznante. Como por arte de magia había aparecido de repente en su vida, delante mismo de su dirección de avance, dificultando sensiblemente su camino; él sabía, no obstante, que él y sólo él era el responsable de su existencia. Como tal su deber moral era indudablemente quitarlo de allí para que no le molestara ni a él ni a nadie que también decidiera tomar aquella ruta. Era bien cierto que a pesar de su gran peso e incómodo aspecto podía llevarse con paciencia y mucho esfuerzo, pero también lo era que el dichoso cachivache podía quedarse allí donde estaba y él podría marcharse tan tranquilo sin que nadie se diera cuenta. Esquivarlo no se le planteaba una tarea excesivamente difícil y al fin y al cabo nadie había visto que él fuera el responsable de ponerla allí en medio.

Todos los sucesos que se le planteaban eran nuevos para él. El chico no estaba acostumbrado a cometer errores y por ende no sabía a ciencia cierta cómo debía actuar. Lo cierto era que hasta el momento la vida le había planteado pocas situaciones en las que su propia decisión fuera la única que contara. Aquella última era una de ellas, y la misma responsable del grotesco armatoste aparecido en medio de su camino.

Y es que hasta entonces él se había visto limitado a seguir el cauce de tomaban de por sí los acontecimientos sin tener casi opción a opinar si quería o no quería hacerlo. Todo era así en su vida hasta que un día se dio cuenta de que tenía poder para tomar sus propias conclusiones. Entonces comenzó poco a poco a llevarlas a cabo sintiéndose así mucho más lleno. Y todo le fue mucho mejor hasta que en un momento dado -aquél mismo momento- cometió un error. Erró y de repente apareció en su vida aquella mole que de nada servía más que para estorbar su camino o el de todo aquel que pasara por allí. Y lo peor era que en el fondo sabía perfectamente que no podía dejarlo ahí tirado esperando que fuera otro el que lo recogiera.

Sentado al pie del camino, con la cabeza gacha y pensativo, el chico se preguntaba una y otra vez qué debía hacer, aunque no tardó en darse cuenta de que lo que realmente estaba haciendo era inventarse una excusa para no tener que llevar aquel tremendo estorbo. La duda se resumía en aquella sencilla cuestión.

Fue al mirarlo un pequeño instante cuando se dio cuenta de que había algo escrito en su base. Entonces se acercó y leyó: "La decisión fue tuya". La cara entonces pareció iluminársele y como un flash le vino a la mente lo frustrado que se sentía cuando su vida no era más que un firme camino ya preestablecido por otros; y lo feliz que fue cuando al fin se sintió lo suficientemente fuerte como para elegir sus propios derroteros. ¿Tan pronto lo había olvidado? Aquel enorme, grotesco y pesado elemento era obra suya por ser uno de los que un día decidió tomar las riendas de su vida. Sintió otra vez la fuerza en su interior y sin dudarlo ni un momento más se puso el incómodo error sobre los hombros y arrastró su peso, con paciencia y esfuerzo, hasta donde ni a él ni a nadie pudiera estorbar. Porque la misma fuerza que tuvo al tomar la equivocada decisión le ayudaría ahora a cargar con el error que él mismo había creado... hasta donde fuera necesario.

Cuando los sentimientos se marchitan...

La primera reacción cuando te das cuenta de la realidad es negarlo. Te intentas autoengañar convenciéndote de que es sólo es una mala racha y que todo puede volver a ser como antes. Y es cierto que quizás tengas razón, pero, ¿lo es también cuando esa mala racha parece no irse nunca?. Sí, seguramente lo más correcto es seguir teniendo algo de ilusión por eso que ha sido tan importante para ti; eso no puedo negártelo. Pero vuelvo a repetírtelo de nuevo para que lo tengas en cuenta: ¿vale la pena preocuparse tanto por algo que realmente está más que visto que está acabado? Piensa un poco y es posible que te des cuenta de que lo único que te queda es la ilusión por algo que ocurrió en el pasado... y que por tanto ya no existe más que en tu recuerdo.
...

Lo sé, sí, lo sé... o no, tampoco estoy seguro de saberlo... pero sí, los sentimientos se me antojan ya irremediablemente marchitos. Seguramente hace ya demasiado tiempo.
Y no hay sitio ya para esperanzas de ningún tipo, descubriendo en mí algo que había oculto tras esa cortina de indecisiones: el miedo al cambio, a acabar con todo esto. Descubro lo difícil que me resulta darle fin porque... ¿cómo hacerlo sin que nadie tenga que sufrir?...
...

...y descubres, también, que mientras te autoengañas el tiempo pasa y tú mismo te impides seguir avanzando hacia algo mejor.

Sobre el odio

Creo que no me equivoco al decir que todo el mundo ha odiado alguna vez. Yo lo he hecho varias en mi vida, y hoy lo he vuelto a hacer. No voy a contar aquí las razones por las cuales he odiado, pues no creo que sean relevantes. Al fin y al cabo, no creo que se pueda hablar de "tipos de odio" ni nada parecido: el odio es igual siempre. Se puede odiar más o menos, pero no se puede odiar de ésta u otra manera. Este sentimiento que he experimentado una vez más me ha hecho reflexionar, motivo por el cual estos humildes pensamientos no sólo están en mi mente sino aquí también plasmados.

Yo soy de los que piensan (realmente no sé si alguien más lo pensará...) que los remordimientos son las señales por las cuales nuestro verdadero Yo nos indica que hemos hecho algo que se aleja de los ideales de ese "Yo" nuestro. Ciertamente, intentar conocerse a uno mismo es una de las tareas más difíciles que puede llevar a cabo un ser humano, por lo que es lógico que, no sabiendo cómo es realmente nuestro interior, erremos en nuestros actos. El remordimiento, entonces, sale a la luz y nos avisa de que nos hemos equivocado de acción. Sin embargo (dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra) el hombre no suele aprender la lección con una clase; es necesario caer una y otra vez en el mismo error para darse cuenta de que ése no es el camino que desea verdaderamente seguir. Y esto creo que normalmente es así.

Hoy, tras odiar, recibí una de esas señales de mi Yo no mucho después. Me pregunté el por qué de esa señal, pues, ¿acaso no fue lo suficientemente justificada la ocasión? La causa de mi odio era ajena a mí, yo era totalmente inocente, ¿qué culpa podía tener yo? Pues , qué ironía, resulta que toda la culpa era mía y sólo mía. Porque, a decir verdad, ¿no es estúpido que cosas ajenas a nosotros mismos dominen nuestros sentimientos? No podréis negar que siempre se odia a algo o a alguien... pues bien, ¡felicidades a ese algo o alguien!... ya que ha sido capaz de corromper nuestros sentimientos, aquéllos mismos que nos pertenecen a nosotros y sólo a nosotros.

Hoy he aprendido que con el odio no se gana nada. Absolutamente nada. Por el contrario, nos puede hacer ganar enemigos o muchas enemistades. Nos lleva a ser vulnerables ante diferentes situaciones en la vida, previsibles. Y lo peor de todo, acabará por hacernos manipulables, pues quien sepa manejar con eficacia las cuerdas de ese títere llamado odio, hará con el alma que la lleva lo que quiera. En otras palabras, no dejemos que el odio nos haga esclavos del mundo exterior, seamos libres de elegir lo que queremos sentir. Creo que es un buen consejo oír las indicaciones de ese Yo interior, ya que pienso que es ahí donde radican todos los buenos sentimientos: los de una persona justa consigo misma y con los demás. Tratemos pues al odio como él nos quiere tratar a nosotros, y desechémosle porque de nada vale tenerlo en cuenta. La satisfacción de elegir lo que queremos es a lo que todos deberíamos aspirar; eligiendo nuestros propios caminos. Que podrán ser tanto buenos como malos, pero elegidos por nosotros.