Entre yo y yo mismo

- Siempre estás buscando la excelencia, siempre buscando en tu interior algo que no sabes qué y, ni siquiera, por qué lo buscas. ¿Qué sentido tiene, entonces? ¿Por qué no te dedicas a vivir la vida con normalidad, como todo el mundo? ¿Por qué te empeñas en formularte preguntas carentes de sentido? Lamento decirte que no eres nadie especial.

- Nunca me he considerado especial. Diría, ahora que lo mencionas, que las personas especiales nacen con ese don, con unas facultades que otros no tienen y que los hacen ser superiores en algunos aspectos. O, quizás, sólo sea que se les considera especiales por el mero hecho de ser pocos. Pero yo no he nacido con ningún don. Es cierto que sé que es algo a lo que hay que resignarse, pero, en el fondo, siempre queda algo dentro de nosotros que hace que nos sintamos infelizmente impotentes, una sensación de injusticia que provoca sentir celo hacia aquellos que son mejores y que genera, a su vez, profundas dosis de odio hacia los demás y hacia nosotros mismos. ¿Es por este odio por lo que, a veces, siento la necesidad de desapegarme al resto de las personas? ¿Es este odio hacia mí mismo, o el odio hacia los demás, o los dos a la vez, los que hacen que sienta la necesidad de vivir en la soledad?

- Sabes perfectamente que el hecho de no quererte a ti mismo hará que quieras alejarte de los demás por miedo a que te rechacen.

- Sí, tengo claros los males que provoca la inseguridad, pero yo no lo llamaría miedo al rechazo. Diría, más bien, negación al rechazo.

- ¿Quieres decir que te niegas a que otros te rechacen? No dudo que es un recurso muy eficaz para ocultar tu miedo; porque no voy a retractarme de mi opinión hasta que no me des argumentos sólidos para demostrar que esas palabras que has usado no son sólo un mero disfraz.

- Es una cuestión de orgullo propio. Yo no tengo por qué estar sintiéndome rechazado por aquellos que han sido favorecidos con algún don, con virtudes socialmente bien vistas, por aquellos a los que les han ido mejor las cosas, por aquellos que han logrado ser felices sin tener que haberse hecho tantas preguntas.

- ¿Y por qué te molesta tanto sentirte rechazado?

- . . .

- Estoy esperando una respuesta.

- Por mi orgullo, supongo.

- ¿Y qué es el orgullo? ¿Qué significa para ti ser orgulloso?

- No sé a dónde quieres ir a parar, pero lo cierto es que, creo, me estás llevando por los caminos de la contradicción. Orgullo es, al fin y al cabo, el amor que se tiene hacia uno mismo. Realmente, aunque en un principio pueda parecer lo contrario, es algo que nos ayuda a mantenernos enteros ante los ataques externos. Ser orgulloso es luchar por la integridad de uno mismo.

- Bien, según el diccionario, el orgullo es 'arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia'. Aunque tu definición no es exactamente la misma, el amor propio es algo que comparten ambas. El orgullo del que habla el diccionario es un exceso de amor que hace que, efectivamente, sea algo malo para el sujeto, puesto que es sabido que la arrogancia y la vanidad no son virtudes que hagan mejores a los hombres. La palabra arrogancia es sinónima de soberbia, y buscando ésta en el diccionario nos da una definición interesante: altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. ¡Apetito desordenado a ser preferido a otros! Dime una cosa, ¿qué opinas sobre esto?

- Lo sé. La comparación es causa de infelicidad. Sé que compararme con el resto de la gente no es sabio en absoluto, al menos en la manera en que hemos aprendido a hacerlo en esta socidad.

- Me alegro que lo sepas, no lo dudé ni un segundo. Sin embargo, sabes tan bien como yo que, aún sabiéndolo, no puedes evitarlo. La comparación es algo que está en ti y en todas las personas que viven a tu alrededor, todos inmersos en las mismas costumbres. Sé que es muy difícil permanecer aparte ante tales fuerzas, porque, sí, parece que hay fuerzas que nos incitan con monstruosa insistencia a que nos comparemos con los demás. Sé lo difícil que es llevar a la práctica aquellas frases que dicen: 'La única competición digna de un hombre sabio es consigo mismo' o el 'Yo soy yo, y mi circustancia'.

- Es muy cierto lo que dices, lo reconozco. Intento permanecer al margen de las comparaciones pero, aunque por rachas lo consigo, me veo caer una y otra vez en el mismo agujero.

- Repasemos un poco los pasos que hemos dado para llegar hasta aquí. Hablábamos en un principio de inseguridad y de negación al rechazo. Aunque todavía no me ha quedado muy claro eso que llamas 'negación al rechazo', vamos a dejarlo aparte. Hemos inferido que la negación al rechazo se debe al orgullo, y también hemos descubierto, gracias al diccionario, que el orgullo viene en un pack en el que el 'apetito desordenado a ser preferido a otros' está presente. Es por eso por lo que las malditas comparaciones -que ambos estamos de acuerdo en la malicia que traen consigo- se han visto inmersas en la discusión. ¿Quién te iba a decir que tu vieja amiga iba a estar presente en este diálogo?

- No soy nadie especial... Sabiendo que la dichosa comparación está metida en este embrollo me siento mejor. En muchas otras ocasiones me he enfrentado a ella y sé, más o menos, cómo salir airoso. En el mundo de la no comparación, ¿quién es especial? Nadie es especial porque nadie es comparado con nadie. Cada cual es como el destino (o lo que quiera que sea la cosa responsable) ha decidido que sea, y cada uno es libre de poder intentar ser lo que desea, bajo el peso sus propias circunstancias, que son únicas e instranferibles en cada sujeto. Así, si uno quiere conseguir algo, tendrá que luchar contra su propia suerte, y usar las armas que les han sido dadas por la naturaleza (o quien quiera que nos las de). La palabra injusticia no cabe aquí. Tal vez sea suerte, o una cuestión de karma, no lo sé. Pero creo que eso ya trasciende nuestros conocimientos. Gracias, amigo mío, por tus consejos.

- Sólo una cosa más. ¿A qué contradicción te referías antes?

- Bueno, me resultó muy curioso el hecho de que pudiera sentirme tan orgulloso de mí mismo cuando justo antes había profesado el rechazo hacia mi persona. Mi inseguridad daba pie, de un modo u otro, al orgullo.

- ¿Y no necesitan las personas orgullosas precisamente de los demás para hacer merecer sus virtudes?

- Ciertamente; si no, no verían saciada su sed de protagonismo.

- Y todo esto conociendo la inclinación a la soledad a la que nos referíamos cuando hablábamos de tu inseguridad... ¡menuda paradoja!

- Mejor dejemos esta conversación para otro día, ¿te parece?

- Me parece, sí, me parece...

Cuando me dejabas dormir a tu lado

Hace un año -tan sólo un año- todo era muy diferente entre nosotros. En estos mismos días de frío, lluvia y nieve que ahora nos vuelven a acaecer eran otros los sentimientos que nos unían. Era tu compañía la que me alentaba a seguir adelante en un lugar que se me antojaba, en aquel entonces, terriblemente hostil. Siendo yo de tierras más cálidas, eras tú la fuente de calor que me mantenía vivo en mi primer invierno de verdad.

Hoy es uno de esos domingos tristes y nublados; con las calles aún más vacías que de costumbre por la lluvia que no ha parado de caer en toda la tarde. Es uno de esos días en los que, hace un año, estaríamos en tu habitación abrazados y disfrutando de nuestra mutua compañía, acariciándonos y mirándonos con dulzura, hablando de cualquier asunto de mayor o menor importancia… o quizás en silencio; igual daría, pues de cualquier manera estaríamos haciendo crecer ese afecto que entonces tanto nos unía.

Pero ya no podemos decir que nada de eso siga vivo. Jamás hubiera imaginado entonces que las cosas se tornarían de esta manera, que alcanzarían un punto en el que llegaría a sentirme un extraño en tu cama o que no me miraras con aquellos ojos enamorados.

Recordarás, seguramente, cómo dormíamos en aquel tiempo: pegados a más no poder, acurrucados el uno junto al otro juntando nuestras mejillas, pretendiendo quizás de manera inconsciente volvernos uno. Tú siempre buscabas la manera de apoyar tu cabeza encima de la mía; y yo me dejaba aun estando algo incómodo, porque aquello era lo de menos cuando me sentía tan privilegiando teniéndote tan cerca.

Tal día como hoy, domingo frío y lluvioso, seguramente acabaría pasando la noche junto a ti, en tu casa, en tu cama. Y te alegrarías enormemente al saber que seguiría estando contigo durante algunas horas más. No era complicado averiguarlo en tu expresiva cara. Ahora, sin embargo, apenas refleja ilusión alguna al reinar la indiferencia en el tan sólido vínculo que antaño nos unía. Al igual que no hacía falta que me dijeras cuánto me querías porque podía averiguarlo tan sólo con verte, ahora tampoco es necesaria palabra alguna para saber que la llama apenas tiene fulgor; que mi cuerpo en tu cama no es más que un objeto más quitándote algo de espacio. Y que seguramente no volvamos a intentar, inconscientes, volvernos uno mientras nos abrazamos tiernamente.