Mirada última (a través de una ventanilla)

Mueve montañas, atraviesa océanos,
reta incluso al inexorable tiempo...

Y penetra el alma humana,
para fundirse sin permiso
en su crisol de emociones.

Se acomoda tras un halo de nostalgia
y sin verbos ni promesas, se queda
eterna en el recuerdo, recia y vaporosa.
Impasible ante los años; lenguaje mudo.
Vadea sin dificultad cualquier escudo.

Mirada de triste despedida; brillo en sus ojos.
Tiñe de esperanza mis cicatrices mal curadas

¿Puede esa mirada remover aún mis entrañas?

Carrera de ratas

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 ¿Quién se apunta?

Con las botas puestas

   Desde hacía ya unos cuantos años había decidido dedicar la última etapa de su vida al alojamiento de viajeros. Pulula por la Plaza Mayor en busca de posibles inquilinos, ofreciendo una más de las múltiples ofertas de alojamiento que en la ciudad existen. Ella no es joven y enérgica; no vende su producto con tanta gracia como sus competidores e incluso su apariencia puede causar cierta desconfianza. Uno hasta puede pensar que es una mujer menesterosa, que por circunstancias de la vida ése es el medio que tiene una anciana para subsistir en un mundo hostil. 

   Pero no. Lo que esta señora hizo en su día no fue más que hacer una elección: la elección de no parar, de seguir en movimiento, de seguir haciendo cosas sin estancarse en el camino. Y es que a lo largo de su vida había visto irse a demasiada gente, y estaba segura de que el anquilosamiento tenía mucho que ver con ello. Veía cómo se recluían más y más, sin ánimo de seguir descubriendo nuevos horizontes porque decían no tener edad para eso. Ella pensaba que la inmovilidad, en definitiva, siempre había sido sinónimo de enfermedad.

   Así es como, alojando viajeros de todo el mundo, ella había conseguido la actividad que necesitaba, convirtiéndola en su medicina para seguir dejando atrás al de la guadaña. Como intentando beber un poco de la vitalidad de otros, ofrece a extraños una parte de su casa a cambio de poco dinero y quizás algo de conversación. Y no le importa que a sus allegados no les guste su iniciativa o que terceros se rían del humilde hospedaje que ofrece, pues su único anhelo es tan solo vivir… y esperar la muerte con las botas puestas.

De Sevilla a Santiago... en bicicleta (2)

   Íbamos, como he dicho, sin alforjas. Llevábamos el peso a nuestras espaldas, pero obviamente nos cuidamos mucho de que éste fuera el mínimo imprescindible. En efecto, sobre la bicicleta no se puede portar el gran peso que uno puede soportar caminando, así que hubimos de conformarnos con muy pocas pertenencias. Aún así, para todos aquellos que lean esto y se animen a hacer lo mismo, decirles que es preciso que la mochila se adapta perfectamente a la curvatura de la espalda. Tanto a mí como a mi compañero nos ocurrió que una determinada zona de la espalda (más o menos la que limita la columna lumbar de la torácica) la teníamos machacadísima hasta un punto bastante preocupante.

   Tal como yo lo veo, el camino se podría dividir en dos etapas. La primera, comprendida entre las poblaciones de Sevilla y Granja de Moreruela, se caracteriza por ser fundamentalmente llana. Obviamente no todo el recorrido es así, ya que en medio existe algún puerto de montaña importante como el de Béjar, a través del cual se entra a la provincia de Salamanca. Por otro lado, los llamados ‘falsos llanos’ son en efecto bastante traicioneros y acaban mellando las fuerzas sin uno enterarse. También hay alguna zona de Extremadura que a día de hoy no está muy bien señalizada, por lo que no es difícil perderse en las bastas dehesas de esta comunidad. Teniendo en cuenta la poca cantidad de localidades y fuentes que nos encontramos en esta parte del camino, les aseguro que perder el rumbo a finales de Junio bajo el sol de justicia de esta región de España no es nada divertido. 

   Más adelante, en Castilla, amainó algo el calor y diría que el camino también se hizo más llevadero, si bien es verdad que entre tanta explanada  a veces costaba encontrar una buena sombra donde refrescarnos. Ya en el pueblo de Granja de Moreruela desviamos nuestro camino para llegar a Santiago a través de la bonita región de Sanabria por el camino que lleva su nombre. Por las condiciones del terreno, podríamos considerar que la segunda etapa comienza en este punto. Empezaron a ser más frecuentes las cuestas y las sierras , aunque el paisaje característico de esta región hizo que todo se hiciera más llevadero. Era, en efecto, un buen preludio para lo que más tarde encontraríamos en Orense. Allí es donde realmente sufrimos en nuestras piernas la dureza de más de un puerto. De hecho, aconsejados por las gentes del lugar, viajamos por carretera en muchos tramos, puesto que el camino en bicicleta resultaba excesivamente incómodo. Estábamos en Galicia y ya todo había cambiado: el terreno, el paisaje, las gentes... y sobre todo nuestra esperanza (quizás debería decir desesperación) por llegar. 

   Fue mi primer viaje en bicicleta —amén de otro de tres días que hice por Lanzarote y Fuerteventura— y estoy muy contento de haberlo finalizado con éxito. No puedo verlo como una peregrinación porque en ningún momento sentí que fuera tal cosa, y porque se me antoja pensar que el auténtico peregrino es el que va a pie. Yo creo que andando uno piensa más y saborea más el camino, porque al fin y al cabo lo está pisando directamente y es mucho más consciente de lo que ocurre en derredor. La relación con la naturaleza la veo, por tanto, más plena y satisfactoria, ya que entre otras cosas uno aprende a ser paciente y a tener templanza; sobre la bici, por el contrario, uno tiende más a avanzar por avanzar, centrado más en los obstáculos para no caerse que en la belleza que le rodea. Pero para quien no tenga fines reflexivos, filosóficos o religiosos la bicicleta es un gran modo de hacer esta ruta. La satisfacción de recorrer tantos kilómetros con el sudor de tu frente es incomparable, por lo que sólo me resta invitarles a vivir la aventura de apartar el aire acondicionado del coche y atreverse a viajar en ‘condiciones ambientales’. Por intentarlo que no quede.