Gonzalo

Claro ejemplo de sabiduría popular, oírle hablar es un constante aprender de las experiencias de la vida a través de sus historias. Gonzalo, cubano él de pura cepa, es un hombre sencillo. Captando la esencia de la vida montado en su peculiar bicicleta, ha llegado a convertirse en un hombre que ha sabido aprender que con las cosas sencillas se puede ser enormemente feliz. Y es que él sabe vivirla porque ha llegado a comprender qué es lo más importante de ella. No hay más que observar sus ojos llenos de vivencias, su rítmico andar o sus brillantes ocurrencias para saber que bajo esa aparente sencillez se esconde alguien que podría entender mejor que nadie las cosas complejas de la vida.

No es un hombre poderoso, pero sabe que si quiere conseguir algo nunca va a tener ningún problema gracias a su ingenio y picardía. Pero él sabe mucho, y precisamente por eso sabe conformarse con poco. Me pregunto, incluso, si es que acaso Gonzalo habrá descubierto el gran secreto de la vida…

Él, repito, es cubano. Sabedor de lo que acontece en las altas esferas de la sociedad o de sobrevivir en el lado más hostil de la calle. Es cubano para saber divertirse en cualquier lugar y es cubano para ver que las cosas también se disfrutan pausadamente. Para ser pendenciero cuando la situación lo requiere o para entregar el más sabio consejo en un momento de desesperación. Consciente de que personas hay muchas y experto en tratarlas a todas, sabe ganarse la confianza tanto de unos como de otros, convirtiéndose prontamente en amigo del ricachón y del mendigo.

Es Gonzalo, el cubano, humilde como ninguno, carácter noble de aventurero, repartidor de mil historias repletas de lujos y penurias. No dudes que también repartirá su bocadillo –siempre a partes iguales- si es que acaso no tienes nada que comer. Tú pídele ayuda que él vendrá raudo en su bicicleta para solventarlo. Tómate unas cervezas con él y verás todo lo que se esconde bajo esos ojos claros y esa piel tostada, como curtida y cuidada a conciencia por el sol de la vida.

Un mar de sueños (el marinero que dejó de soñar)

Dormía el buen marinero durante su viaje en el mar
Dormía y soñaba mientras miraba al horizonte... dormía despierto
Y despierto pensaba, soñaba, en su destino ansiado
En todas las cosas que haría al llegar
En su mente, unas tras otra, mil aventuras surgían
Pensaba con orgullo en las mil personas que conocería
Pero dormía, sin embargo, el buen marinero, a pesar de estar despierto...

Y lo sabía; sabía que en la vigilia vivía su propia falsedad
porque aquél no era un viaje directo... tendría que esperar
sólo entonces lograría convertir el sueño en realidad

No hubo otra manera de aprenderlo
sino en su largo y problemático vagar...

Hasta que ahora se dio cuenta de que despierto, dormía...
... y entonces despertó de verdad

Entendiendo que no habían atajos que valieran en su viaje
dejó de encontrar razones para soñar
pues en ese largo y problemático vagar aprendió
que quien navega en un mar de sueños
es más propenso a naufragar

La sensación olvidada

¿Qué extraño placer es ese, que a la vez que me gusta me duele, que igual me hace reír que me hace llorar, y que o bien me llena o logra comerme por dentro? Es la memoria, es la nostalgia... la evocación que surge con una canción, un aroma, un sonido... o con la más leve sensación. Un recuerdo olvidado que resurge de la nada, cual montaraz relámpago, y que logra hacer sentir lo mismo, en un brevísimo instante, que lo que aconteció en alguna situación. Es aquello que pareció borrarse un día pero aún seguía ahí, oculto e incontrolable, guardado en un rincón apartado... y resurgido por una chispa accidental que la vida quiso cruzar en el camino, para retroceder en el tiempo... tan sólo un segundo. Un segundo de placer o un segundo de repulsión; un placer recuperarlo otra vez o un horror a sentirlo volver... al final, un curioso sabor agridulce por el que, por raro, resulta encantador dejarse estremecer.

Todo se mueve en círculos

Dice una canción que todo se mueve en círculos. Yo no sé si será todo, pero sí creo que muchas de las cosas de esta vida siguen con evidencia ese principio. Basta con observar un poco la naturaleza para darse cuenta de ello. Y es en el trancurso de nuestras vidas cuando también se hacen evidentes esos hechos, cuando de repente nos vemos inmersos en situaciones del pasado al volver a determinados lugares o al reencontrarnos con antiguas amistades. Lo mejor de esos momentos es cuando te das cuenta de que, aunque quizás estés dando una vuelta en círculo, todo el recorrido hecho para volver a llegar a donde empezaste te habrá enseñado a ver las cosas de otra manera. Porque el mismo planeta que tras su ciclo vuelve al mismo punto no es el mismo, es otro diferente.
Es bonito volver y darte cuenta de todo esto. Aplicar todo lo aprendido y notar cómo la nostalgia puede aparecer pero sólo coges lo bueno de ella. Lo malo, lo que te hace sentir mal y triste por esa añoranza tantas veces sobrevalorada en el recuerdo, aprendes a obviarlo.
Así que habrá que dejar que todo siga moviéndose en círculos -porque si la naturaleza así lo quiere por algo será- e intentar aprovechar esa circunstancia para seguir mejorando.