Lección de peregrino [3]

   Las personas que le habían acompañado desde el inicio del camino se contaban por decenas. Algunas de ellas habían logrado llegar a su corazón de una manera insospechada. Otras, por irrelevantes, caían rápido en el olvido. Y los momentos que en ambos casos podía compartir con ellas podían ser más o menos prolongados en el tiempo, pero había aprendido que ese factor no tenía por qué ser necesariamente importante.

   A veces, pues, tenía la fortuna de caminar acompañada. Y otras la suerte venía dada por el hecho de poder viajar en soledad. La misma soledad que, al final, acabaría siempre acompañándole: ésa era una de las pocas verdades de las que podía estar completamente segura.

   En efecto, era consciente de que, por muy bien que estuviera con alguien, las circunstancias siempre podían tornarse adversas incluso en el momento menos esperado. Los aspectos del camino que podían considerarse atemporales y estáticos eran muy pocos. «Todo cambia», se decía a sí misma cada vez que al sendero se le antojaba mudar de aspecto. Siendo que cada amanecer traía consigo un mundo nuevo por descubrir, cada uno de ellos le enseñaba un detalle más que, por muy ínfimo que fuera, le mostraba nuevas maneras de sobrellevar mejor su andadura.

   Siguió entonces descubriendo verdades al son de sus propios pasos, sin olvidar nunca que, sola o acompañada, ella siempre podría contar consigo misma; eso sí que no cambiaría nunca.

Lección de peregrino [2]                                                                                   Lección de peregrino [4]

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