Paralelismo invisible

   Cierto día llegó a mi correo electrónico una notificación del facebook avisándome de que "había sido etiquetado en una nueva foto". Se trataba de una vieja estampa del pasado, una de esas fotografías de grupo que cada año nos hacíamos en el colegio. Aquella etiqueta resultó ser algo más que eso: resultó ser un auténtico viaje en el tiempo, logrando disparar en mi imaginación una ristra de las más dispares elucubraciones.

   Habían pasado unos veinte años desde el flash de aquella fotografía. Para cada uno de los componentes de aquella clase habrían transcurrido miles de situaciones importantes, siendo aquel instante tan solo un pequeño punto en común para tantos caminos diferentes. Sin embargo pensé que, a pesar de lo jóvenes que éramos, ¿no podríamos considerar aquella época una de las más importantes? Al fin y al cabo fue entonces cuando comenzábamos a contruir lo que actualmente somos; aquella etapa constituiría la base de nuestras historias ulteriores.

   En efecto, sabía que en mi caso particular aquella foto reflejaba la época de mis primeros recuerdos sólidos. Eran los comienzos más enternecedores del aprendizaje de ciertos conceptos complejos como la amistad, el compañerismo, la responsabilidad o la disciplina —aunque algunos, probablemente, se habrían quedado a medias en la compresión de los mismos—. Empezaba a saber el significado de compartir, a planificar, a distinguir algo mejor lo bueno de lo malo y a entender que algunos se tienen que empeñar siempre en ser superiores a los demás. Y todo ello desde la base que en aquellos momentos comenzaba a tomar forma.

   Con tales pensamientos no pude evitar que la nostalgia se cerniera poco a poco sobre mí. Y de repente, como si de una película fantástica se tratara, empezaron a brotar a mi alrededor cientos de recuerdos que me transportaban veinte años atrás. Más allá del recuerdo físico, volvieron a mí multitud de sensaciones que juraría haber tenido por aquel entonces. Resultaban sumamente auténticas; tanto, que parecían venir directas del pasado, desde el rincón más infante de mi alma, para volver a florecer en mi pecho con tanta viveza como lo hicieron entonces.

   Porque fue como un verdadero viaje al pasado. Lejos de ser solo imágenes incoloras, se trataba de rememoraciones llenas de vida que parecían desdeñar el poder del tiempo. Y es así como retornaron a mí las antiguas canciones, los juegos inocentes, multitud de antiguos compañeros, la inolvidable manera de ser de la profesora o la sensación de empezar a tener la necesidad de saber el 'por qué' de las cosas. Y, especialmente, pude experimentar una vez más
—diría que casi de idéntica manera que en aquel tiempo la extraña y entonces totalmente nueva sensación en la barriga que produce el mero hecho de estar con una chica en concreto. Ignoro si revivir aquella primera y arcaica sensación de enamoramiento  fue real o tan solo fruto de mi imaginación, pero lo que sí puedo afirmar es que fue maravilloso.

   La nostalgia se convierte a veces en algo muy malo: tiende a dejar uno barado en el pasado, pasmado en el presente, y pensando que siempre se podían haber hecho las cosas de una manera mejor. Así, mientras la vida real sigue avanzando sin esperarte, acabas por atormentarte preguntando al viento "qué habría pasado si...". Precisamente, mientras mantenía mi mente ausente del momento actual, me entretenía curioseando las fotos más recientes de los que también habían sido etiquetados, y que ya no eran tan niños.

   Al final, tras ese rato de reflexión y nostalgia, comprendí que cada uno tomó el camino que inevitablemente debía haber tomado. Cada uno de los personajes de aquella foto seguiría trazando una línea recta diferente que se alejaría cada vez más del resto. Y sin embargo, como todas las rectas secantes, pensé que en verdad estarían marcadas de por vida por un mismo punto en común, representado por aquella estampa. El mismo punto que, en el fondo, nos haría conservar para siempre cierto pararelismo invisible en nuestras existencias; tan sutil que se vuelve imperceptible hasta para nosotros mismos.


Vaticinio

Si fuera capaz de exprimir al máximo cada instante...
Si supiera cómo convertir la simple información en conocimiento...
Si pudiera extraer la esencia de cada uno de los momentos vividos...
Si lograra aprender la lección maestra que brinda cada situación...
Y si alcanzara, mediante la reflexión, la cota más alta posible del "por qué"...

Llegaría a mis entrañas el miedo a verme tan cerca del final. Y despertaría, alividado, abandonando al momento tremenda abstracción. Pues creería que probablemente aún sea muy pronto para alcanzar tales aspiraciones.

Deslízate

   A Pedro le gustaba tener las cosas controladas. Muchos aspectos de su vida tenían un sentido, marcado por algún propósito que normalmente estaba bastante claro. Sin embargo, era consciente de que había ciertas ideas para las que marcar un objetivo concreto no solo resultaba verdaderamente imposible, sino también contraproducente. Intentar trazar un rumbo para algunas cuestiones un tanto etéreas resultaba, pues, una tarea inútil.

   Y es que la vida le había enseñado que a veces es preciso dirigir sus fuerzas en la misma dirección del fluir natural de las cosas. Dejándose llevar por sus sentimientos más estrambóticos, pero siempre al ritmo marcado; sin forzar la situación. La idea era ir observando minuciosamente los pequeños detalles que el camino le mostraba para, primero, esclarecerlos, y luego intentar establecer poco a poco sus entonces cada vez más focalizadas intenciones.

   Y así era como Pedro, sin llegar a tener el control absoluto, podía llegar a sentir mucha más libertad de la que habría conseguido tratando de tomar el control. Era así como Pedro, sin ir en busca de ese objetivo tan difuminado, decidía de tanto en tanto que a veces era mejor lanzarse. Y deslizarse. Y dejar, disfrutando paciente del paisaje, que fuera la propia meta la que se concretara ante sus ojos, en verdad, aún tan inmaduros.

Chito

  Él tiene otro tipo de preocupaciones. Él no posee coche, ni hipoteca y tampoco tiene que poner el despertador cada noche para no levantarse tarde. Probablemente no conozca ese concepto que denominamos stress, y diría incluso que muy pocos de sus sueños acabaron convirtiéndose en pesadillas.

  Su mirada sólo denota inocencia. Y cuando observas con detenimiento sus ojos entiendes que es imposible que ese pequeño ser sepa lo que es jugar a dos bandas; nunca entendería lo que significa la falsedad tan común en nuestro mundo, si es que de alguna manera pudiéramos llegar a explicárselo. Él, de hecho, jamás se pondría a tu lado, en silenciosa compañía, si verdaderamente no tuviera ganas de hacerlo en ese momento.

  Para él lo importante es otra cosa, pues su vida es más tranquila que todo eso. Cuando quiere comer, come, y cuando quiere jugar, juega. Y cuando juega pone todo su empeño en ello. Tanto, que puedes llegar a notar cómo pone todos sus sentidos en tal tarea, como si en ese momento no hubiera nada más relevante en lo que pensar. Sería fácil concluir que su comportamiento instintivo lo hace un ser relativamente simplista.

  Y quizás sea gracias a esa sencillez en su personalidad por lo que, al mirarlo, presienta que su comportamiento amoroso no es disimulado, sino tan puro como falto de complejidad. Claro como el agua, transparente. Que cuando se cabrea y ladra como si le fuera la vida en ello al ver una situación violenta no actúa, porque en verdad le rompe el alma y le duele ver algo que considera malo. Es entonces cuando pienso que a veces el instinto innato supera a cualquier moral artificial que nosotros hayamos inventado. Una moral que, aunque benévola, siempre estará circunscrita y bañada por la gran complejidad de nuestro comportamiento racional y "evolucionado".

  Con Guanchito eso no pasa, pues él, aunque sencillo, resulta ser moralmente impecable.