Desidia

   Abandonado a su propia suerte, hace tiempo que la vida parece haberle dado la espalda.  Un extraño sentimiento de soledad le invade constantemente, y es tan fuerte que ni el ser más querido es capaz de menguarlo. De tal forma sus motivaciones han caído en el oscuro pozo del olvido,  su razón de ser pasado a mejor vida y su existencia empieza a carecer de todo sentido. Él lo sabe;  y sabe que necesita respuestas. El problema es que para ello requiere un esfuerzo del que carece.

   Yo, que lo observo alejado en la distancia, puedo llegar a hacer mis propias conclusiones. Y aunque él siga pensando que ha sido víctima de un abandono, que la propia vida le ha dicho “tú no”,  no puedo más que concluir que es él mismo el que se ha abandonado a sí mismo. De hecho, diría que dentro de ese estado melancólico se encuentra en lo más profundo del pantano de la tristeza, hundido hasta el cuello en medio del cenagal...  andando a ciegas a través del lúgubre campo de la desidia; allí donde ya nada importa, donde a uno todo le da igual y la lucha se vuelve inane por el propio convencimiento de que todo está perdido. Lo reconozco porque lo he visto. Lo reconozco porque he vivido algo parecido. Y sé, por tanto,  que las razones son a veces ininteligibles, por lo que si probablemente ni él mismo sea capaz de dar las propias de su apatía, yo aún soy menos apto para ir más allá de esta mera suposición.

   Así que, sin saber realmente qué es lo correcto, me limito a observarle de lejos. Y mientras lo hago, no dejo de preguntarme si acaso es el miedo a lo desconocido el que me impide acercarme más. Desearía entonces ser más listo para entenderle mejor. O brujo, para convertirme en su dragón de la suerte y sacarle del cenagal. Otras veces, sin embargo, pienso que no debería hacer otra cosa más que actuar, sin más, y sin dejar que me engulla a mí también la desidia maldita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No dejes que la vida pase por tí de puntillas, que se quede siempre en el rellano por miedo a pasar, y entender, y luchar, y querer, y sentir que es preferible a veces perder la batalla a morir sin haber luchado.