3.270

  Alcanzaríamos la cima al día siguiente, al amanecer.  Veríamos el sol aparecer por entre las nubes, desde el punto más alto de las islas, y observaríamos la gran sombra que a esas horas proyecta el volcán hacia el oeste.

  Pero fue aquella precisa noche, a las puertas del refugio de montaña, a 3270 metros de altura, cuando ocurrió lo mejor de nuestro pequeño periplo de dos días. Allí, abrazados bajo cientos de constelaciones que nos contemplaban recíprocamente, una de las estrellas nos hizo un guiño. Se había propuesto maravillarnos a la par, gratamente, para sellar en nuestras mentes un recuerdo inolvidable; de esos cuya magia radica en que no le pertenecen solo a uno, sino que se comparte con otra persona.

   Y así lo hizo. Aquella estrella fugaz quiso entonces dejarse ver como ellas lo hacen siempre, sin previo aviso, y quizás fuera ese hecho el que hiciera único tal instante. Pues es precisamente así como, en ocasiones, las cosas buenas  vienen... 

...y se van.

                                                                                                 Pico del Teide. Tenerife.

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