El pantano

   Me encontraba en un lugar sucio y maloliente de mi mente. Todo era escalofriantemente tétrico, oscuro y tenebroso... todo sombras en un lugar sin sol. Aquel apestoso olor que se desprendía por doquier parecía poder atravesar cualquier barrera que pusiera entre el exterior y mi nariz. Sin embargo no era el hedor lo que más afligía a los sentidos, sino la visión de aquel paisaje sombrío y desolado. Era como ácido que caía a gotas sobre mis ojos, como mezquinas agujas que se clavaban directamente en el corazón para hacerme daño de la manera más ruin.

   Caminé -no tuve más remedio- por entre la basura y los rastrojos, abriéndome paso como podía a través de cortantes hierros herrumbrosos y amenazadores cenagales. Estos parecían pugnar entre ellos para ganarse el derecho de ser mis eternos anfitriones. Pero yo lo sabía, y los evitaba a toda costa. Recordé lo que le había pasado a Artax, el caballo de Atreyu, cuando cayó prisionero de la melancolía al intentar cruzar el pantano de la Tristeza... no siempre iba a venir un dragón de la Suerte para salvarme. Sabía que si me detenía sería el fin. Si me dejaba paralizar por las circunstancias acabaría por formar parte de aquellos oscuros colores y olores, por lo que seguí caminando hasta abandonar aquel paisaje de amargura.

   Mi cuerpo acabó ciertamente dañado y mi mente catatónica. Pero el esfuerzo había valido la pena porque ahora estaba seguro y podía sentarme un rato a descansar. Miré hacia atrás y contemplé con orgullo lo que había superado. Luego, enfrente, observé un paisaje diferente. Mis ideas volvían a flotar por el aire de manera fluida, se hizo nuevamente la luz y resurgieron de entre las sombras todas las cosas y personas que me gustan. Y seguía, con todo, dentro de mi mente, no muy lejos del maloliente cenagal.

   Un día -estaba seguro de ello- volvería a encontrarme en la misma tesitura y con suerte y esfuerzo retomaría el camino de vuelta. Con mucha probabilidad se repetiría el proceso repetidas veces tal como lo había hecho de aquí para atrás. Al menos sabía que cada vez lo pasaba con mayor soltura, pero me atormentaba la idea de que no podía asegurar que esto seguiría siendo así. Fue entonces cuando, cierto día, cogí una pala y un azadón y me propuse ir destruyendo poco a poco aquel indeseable rincón de mi mente.

   No fue poco el trabajo que realicé durante incontables semanas ni despreciables las gotas de sudor que sobre aquella tierra vertí, pero lo cierto es que tras muchos meses de ardua faena no había conseguido absolutamente nada. Todo lo que con mi pala quitaba volvía al día siguiente a regenerarse, y los pantanos brotaban nuevamente de la nada al poco de haber achicado sus sucias aguas. Probé incluso introduciendo animales y plantando árboles para darle un poco de vida, pero nada de aquello permanecía más de dos días. Abatido, no pude evitar que el desaliento se fuese apoderando de mi ánimo, y desistí.

   Salí abrumado otra vez hacia lugar seguro (aquella ocasión, debido a mi desilusión, me costó muchísimo abandonar el pantano). Conseguí olvidarme poco a poco de mi fracaso y me centré en otros asuntos. Curiosamente fue una etapa en la que me faltaba tiempo para hacer todo lo que quería; siempre estaba entretenido con algo o con alguien.

   Pasaron así varias semanas y me di cuenta de que hacía tiempo que no sentía curiosidad por lo que ocurría en las catacumbas. Sin darme cuenta, me había alejado considerablemente de las mismas, ya que con tantas tareas me iba moviendo por diferentes lugares. Y tan lejos me había marchado que no pude encontrar durante días los cenagales, pero cuando finalmente los hallé, caí en la cuenta de que lo que realmente había ocurrido es que tampoco me había alejado tanto como pensaba... ¡el pantano era ahora mucho más pequeño! Era como si hubiera caído en su propias garras: al no haber nadie que se interesara por él estaba siendo consumido por su propia tristeza. Tampoco podía asegurar que esta fuera la verdadera causa de su progresiva extinción, pero lo relevante entonces era que su abandono suponía un obstáculo menos para la fluidez de mis ideas.

   Me fui, pues, a proseguir con las tareas que momentáneamente había apartado. Y no volví a pasar por aquel lugar en largo tiempo.


1 comentario:

Carol dijo...

Ya era hora!! Cada dos días miro tu Blog y por fin nuevo relato!! Espero sigas bien... como ya te dije en su momento, no dijes de escribir nunca!!
Un saludo de la novia de Raúl... ;)