El desierto (Soledad)

Árido y solitario, tempestuoso y terriblemente hosco; así se me presenta este desierto en el cual, de repente y tras un simple pestañeo, me veo inmerso. No veo nada en un radio de cinco metros. El viento golpea en mi cara y en mi cuerpo como queriéndome echar de su legado. Afilados granitos de arena que me golpean con increíble ira. El desierto, furioso, parece exigir mi ausencia.

Y yo, mientras tanto, sigo pasmado ante esta repentina ilusión, permanezco en mi sitio sin ni siquiera cubrirme los ojos de la agresiva tempestad que me rodea. Me pregunto cómo habré llegado hasta aquí. Estoy solo, terriblemente solo, y empiezo a recordar que es el mismo sentimiento de instantes antes de haber aparecido aquí. Y nunca antes había sentido un sentimiento que me inspirara tanta desdicha.

Aunque el desierto, en su soledad, pareciera al principio rechazar mi repentina presencia, parece que poco a poco va tolerando un huésped más; la tormenta va amainando. Pero, ¿un huésped más? ¿Acaso estoy loco? En este lugar, posible fruto de mi fantasía, no puede haber nadie más. Jamás pude imaginar lugar más desamparado. No, reflexiono, jamás pude imaginar lugar más desamparado porque jamás mi alma se había sentido tan sola.

Poco a poco la arena se desvanece del aire y voy dislumbrando más y más esta tierra olvidada. Pero al cabo me doy cuenta de algo terrible. Oh,¡ojalá no hubiera cesado nunca la tormenta! Comprendo que únicamente me estaba engañando, que en lo más profundo de mi corazón esperaba encontrar a alguien tras aquella arenosa barrera. Ahora aquel pequeño ápice de esperanza que me mantenía vivo se va desvaneciendo junto con la tormenta. Estoy solo... completamente solo. Más allá de las palabras, creo que únicamente yo podría comprender mi propio sentir; y, entonces, encuentro una excusa irrevocable para convencerme de mi absoluta soledad en este lugar.

Noto cómo mi cara se torna con una expresión facial tan triste que aumenta mi dolor, momento en el cual me doy cuenta de que las lágrimas corren por mis mejillas en insólita abundancia. Los pinchazos de mi corazón se vuelven insoportables, ¡me asfixio!... ¿se puede morir de soledad? Oh, en mis carnes vivo la respuesta a mi pregunta. Apoyo una rodilla en el suelo, en aumentada turbación, mi mano derecha en mi corazón, mi mano izquierda me sirve como tercer apoyo. Recuerdo todas esas lecturas, todos esos diálogos que me incitaban a creer que siempre debemos tener esperanzas. Pero, ¿la hay esta vez? No lo creo, estoy acabado; ya sólo veo caer mis propias lágrimas en la infértil tierra y desaparecer en ella casi en el mismo instante. Me pregunto si mi propia existencia se desvanecerá de las mentes de los que me conocieron con tal pasmosa rapidez... Cierro los ojos. El dolor y el creciente miedo al olvido se abalanzan sobre mí. Sí, me desvanezco...

En un último esfuerzo, noto cómo mi cuerpo se vuelve a alzar, pero no soy yo. Unas cálidas manos me levantan agarrándome por las axilas y logran incorporarme. Entonces oigo, en mi semiinconsciencia, que alguien me habla: -¿tú también estás solo?-
Mi alma vuelve a florecer... Aun en esta infértil tierra, también es capaz de hacerlo.

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