De Sevilla a Santiago... en bicicleta (2)

   Íbamos, como he dicho, sin alforjas. Llevábamos el peso a nuestras espaldas, pero obviamente nos cuidamos mucho de que éste fuera el mínimo imprescindible. En efecto, sobre la bicicleta no se puede portar el gran peso que uno puede soportar caminando, así que hubimos de conformarnos con muy pocas pertenencias. Aún así, para todos aquellos que lean esto y se animen a hacer lo mismo, decirles que es preciso que la mochila se adapta perfectamente a la curvatura de la espalda. Tanto a mí como a mi compañero nos ocurrió que una determinada zona de la espalda (más o menos la que limita la columna lumbar de la torácica) la teníamos machacadísima hasta un punto bastante preocupante.

   Tal como yo lo veo, el camino se podría dividir en dos etapas. La primera, comprendida entre las poblaciones de Sevilla y Granja de Moreruela, se caracteriza por ser fundamentalmente llana. Obviamente no todo el recorrido es así, ya que en medio existe algún puerto de montaña importante como el de Béjar, a través del cual se entra a la provincia de Salamanca. Por otro lado, los llamados ‘falsos llanos’ son en efecto bastante traicioneros y acaban mellando las fuerzas sin uno enterarse. También hay alguna zona de Extremadura que a día de hoy no está muy bien señalizada, por lo que no es difícil perderse en las bastas dehesas de esta comunidad. Teniendo en cuenta la poca cantidad de localidades y fuentes que nos encontramos en esta parte del camino, les aseguro que perder el rumbo a finales de Junio bajo el sol de justicia de esta región de España no es nada divertido. 

   Más adelante, en Castilla, amainó algo el calor y diría que el camino también se hizo más llevadero, si bien es verdad que entre tanta explanada  a veces costaba encontrar una buena sombra donde refrescarnos. Ya en el pueblo de Granja de Moreruela desviamos nuestro camino para llegar a Santiago a través de la bonita región de Sanabria por el camino que lleva su nombre. Por las condiciones del terreno, podríamos considerar que la segunda etapa comienza en este punto. Empezaron a ser más frecuentes las cuestas y las sierras , aunque el paisaje característico de esta región hizo que todo se hiciera más llevadero. Era, en efecto, un buen preludio para lo que más tarde encontraríamos en Orense. Allí es donde realmente sufrimos en nuestras piernas la dureza de más de un puerto. De hecho, aconsejados por las gentes del lugar, viajamos por carretera en muchos tramos, puesto que el camino en bicicleta resultaba excesivamente incómodo. Estábamos en Galicia y ya todo había cambiado: el terreno, el paisaje, las gentes... y sobre todo nuestra esperanza (quizás debería decir desesperación) por llegar. 

   Fue mi primer viaje en bicicleta —amén de otro de tres días que hice por Lanzarote y Fuerteventura— y estoy muy contento de haberlo finalizado con éxito. No puedo verlo como una peregrinación porque en ningún momento sentí que fuera tal cosa, y porque se me antoja pensar que el auténtico peregrino es el que va a pie. Yo creo que andando uno piensa más y saborea más el camino, porque al fin y al cabo lo está pisando directamente y es mucho más consciente de lo que ocurre en derredor. La relación con la naturaleza la veo, por tanto, más plena y satisfactoria, ya que entre otras cosas uno aprende a ser paciente y a tener templanza; sobre la bici, por el contrario, uno tiende más a avanzar por avanzar, centrado más en los obstáculos para no caerse que en la belleza que le rodea. Pero para quien no tenga fines reflexivos, filosóficos o religiosos la bicicleta es un gran modo de hacer esta ruta. La satisfacción de recorrer tantos kilómetros con el sudor de tu frente es incomparable, por lo que sólo me resta invitarles a vivir la aventura de apartar el aire acondicionado del coche y atreverse a viajar en ‘condiciones ambientales’. Por intentarlo que no quede.

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