Recientemente he finalizado otro pequeño gran reto: mi segundo Camino de Santiago. Esta vez acompañado y en bicicleta, llegando a la ciudad Xacobea enlazando la llamada “Vía de la Plata” con el Camino Sanabrés.
Antes de partir podría decir fácilmente que todo eran incógnitas para nosotros. Apenas habíamos entrenado encima de la bicicleta, éstas no eran precisamente el último modelo del mercado, estábamos bien lejos de ser unos manitas con su mecánica y ni siquiera llevábamos alforjas como todo viajero a dos ruedas. Sin embargo allí estábamos, ya en el aeropuerto de Sevilla, armando las bicis a eso de las nueve de la noche para comenzar desde allí mismo nuestro periplo. Tanto fue así que, tras una breve visita a esta bella ciudad, decidimos partir tras conseguir nuestro primer sello en el Hotel Simón.
Partimos pues en pos de la primera etapa, buscando con bastante torpeza las primeras conchas y flechas amarillas. No obstante, las altas horas y el cansancio acumulado del viaje hicieron que nuestras fuerzas amainaran con prontitud, por lo que no tardamos en buscar algún descampado donde montar la tienda. Fue el único día que dormimos en ella, porque durante el resto del camino no tuvimos problema para albergarnos.
Sin estar habituados a la bicicleta, tardamos 14 días en llegar a Santiago, pedaleando una media de 70 kilómetros al día. Es verdad que vas más rápido y cuesta abajo vas rodando, pero el cansancio acumulado día tras día fue mellando nuestras fuerzas hasta tal punto que la más mínima cuesta, ya en los tramos finales, se nos hacía eterna. De hecho, no sé si podía haber aguantado mucho más de esos 14 días. El dolor en el perineo fue también muy acusado durante algunos días pero, por alguna razón desconocida, el cuerpo se fue acostumbrando. Y es que al igual que ocurre durante las largas caminatas, cuando tienes un dolor casi insoportable pero tu voluntad y orgullo te impiden pararte, a veces hay algo mágico que hace que el dolor ceda.
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