Tiempos de desdichas y alegrías (breve epílogo de dos años en el ejército).

Hace dos años tomé la decisión de arriesgar un poco el derrotero de mi vida para meterme en el ejército. Eran para mí otros tiempos y otras vivencias; yo, en aquel entonces, era otro. El lugar donde me metí no era fácil: no todo el mundo estaba dispuesto a soportar las miserias a las que éramos sometidos. En aquel entonces, en los dos primeros meses, podía tomar la decisión de irme. Y aunque en algunas ocasiones se me pasó por la cabeza, en el fondo sabía que la suerte ya estaba echada desde el momento en que decidí dar el paso, que tenía que llegar hasta el final. Esos dos primeros meses, más uno añadido, haciendo la instrucción en Cáceres se me antojan ahora un poco lejos a pesar de no haber pasado tanto tiempo. Pero si eso es así es, seguramente, porque en todo este tiempo han ocurrido muchas cosas.

La siguiente fase prometía ser más alentadora, pues se suponía que ya había pasado la época más puñetera, pero resultó que era en ese entonces cuando comenzaba la verdadera agonía. Y era en verdad la razón por la que yo había decidido irme: estar allí, en Jaca, en la Brigada de Cazadores de Montaña. Pero en el cuartel La Victoria las cosas no solían ser felices para los nuevos, los pollos. Había que ganarse la boina, ganarse la confianza de los compañeros, ganarse la confianza de los mandos… ganarse, en definitiva, una reputación. Y todo bajo un ambiente hostil cuyo único objetivo era putearte e infravalorarte en un sistema en el que todo el mundo, desde el jefe más alto hasta cualquier compañero más antiguo, parecía despreciarte. Para una personalidad como la mía resultó ser un infierno, y más de una lágrima derramé en silencio -o delante de algún amigo- por creer que no merecía semejante castigo. Los primeros fueron meses de desdicha y menosprecio, repleto de infravaloraciones injustas.

Pero pasaron los meses y con ellos muchas maniobras y muchas experiencias. Cada vez se llevaban mejor: intentaba no cometer nunca el mismo error dos veces y aprender todo lo nuevo de cada situación. A pesar de mi escasa vida militar, en una unidad como esa iba ya ganando antigüedad, pero si había algo que tenía muy claro es que no podía caer en las redes del sistema que tan mal me acogió: siempre intenté mostrar humildad y enseñar sin broncas a cualquier nuevo que me preguntara. Ya en Cáceres tenía claro que la reputación era algo muy importante en ese mundo, y si bien al llegar a Jaca había perdido toda la que había ganado en aquel entonces al ser un sitio nuevo, las cosas se me iban poniendo mejores. Si había que correr, corría como el que más, si había que caminar, sabía que jamás me debía quedar atrás, si me dolía un poco el tobillo, no quise nunca darme de baja, adonde hubiera que ir, yo iba, y si había que llevar algo más de peso alguna vez, yo lo llevé. Eran muchas de esas cosas inherentes a mi personalidad, pues nunca me gustó estar detrás de nadie, pero lo cierto es que gracias a ellas llegué a ganarme un respeto con el que me sentía, paradójicamente, sobrevalorado.

Y es que nunca llegué a pensar que en los últimos meses pudiera llegar a sentirme tan querido como me sentí. Y es por eso por lo que no me importa olvidar las decenas de ocasiones en las que me arrepentía rotundamente de haberme metido en aquel berenjenal. Los últimos meses, esos en los que me sentía tan querido, en los que sabía que había hecho cosas que de otra forma no hubiera hecho nunca, en los que sabía que era fuerte y respetado, que me había convertido en un buen soldado sin olvidar la humildad, y que mandos y soldados me lo recordaban cada día, fueron, sin duda, enormemente gratificantes. Me sentía tan orgulloso de mí mismo que es una sensación que, junto a mi pequeña aventura, no la cambio por haber acabado la carrera que en ese tiempo ya hubiera acabado.

Son muchas cosas las que habría que contar; muchas aventuras y desventuras que posiblemente sólo con la ayuda de mis compañeros de fatigas sería capaz de relatar fielmente. No me siento capaz de escribir todos los pequeños detalles ni todas las pequeñas grandes hazañas. Y ante la típica pregunta acerca de qué he sacado en estos dos años posiblemente nadie me comprendería si le contestara que el provecho ha sido la experiencia en sí misma. Pero me da igual porque yo, ahora, estoy totalmente convencido de que mi crecimiento personal ha sido inmenso y que la satisfacción de ganarme la confianza de algunas personas que no se la dan a cualquiera vale mucho para mí. Y aunque faltó alguna cosa para poner la guinda a la historia, quizás esté destinado a ponérsela más adelante cuando un día decida, quién sabe, seguir viviendo pequeñas -grandes para mí- aventuras.

1 comentario:

Martin dijo...

Hóse, cierto es que fueron tiempos duros, muy duros diría yo.
También es cierto que de ellos aprendimos, y de esa sabiduría adquirida ahora nos valemos.
Espero algún dia podamos narrar esas pequeñas grandes aventuras que juntos pasamos.
Un fuerte abrazo compañero.
Santi..