El error

El peso de aquel enorme trasto era espeluznante. Como por arte de magia había aparecido de repente en su vida, delante mismo de su dirección de avance, dificultando sensiblemente su camino; él sabía, no obstante, que él y sólo él era el responsable de su existencia. Como tal su deber moral era indudablemente quitarlo de allí para que no le molestara ni a él ni a nadie que también decidiera tomar aquella ruta. Era bien cierto que a pesar de su gran peso e incómodo aspecto podía llevarse con paciencia y mucho esfuerzo, pero también lo era que el dichoso cachivache podía quedarse allí donde estaba y él podría marcharse tan tranquilo sin que nadie se diera cuenta. Esquivarlo no se le planteaba una tarea excesivamente difícil y al fin y al cabo nadie había visto que él fuera el responsable de ponerla allí en medio.

Todos los sucesos que se le planteaban eran nuevos para él. El chico no estaba acostumbrado a cometer errores y por ende no sabía a ciencia cierta cómo debía actuar. Lo cierto era que hasta el momento la vida le había planteado pocas situaciones en las que su propia decisión fuera la única que contara. Aquella última era una de ellas, y la misma responsable del grotesco armatoste aparecido en medio de su camino.

Y es que hasta entonces él se había visto limitado a seguir el cauce de tomaban de por sí los acontecimientos sin tener casi opción a opinar si quería o no quería hacerlo. Todo era así en su vida hasta que un día se dio cuenta de que tenía poder para tomar sus propias conclusiones. Entonces comenzó poco a poco a llevarlas a cabo sintiéndose así mucho más lleno. Y todo le fue mucho mejor hasta que en un momento dado -aquél mismo momento- cometió un error. Erró y de repente apareció en su vida aquella mole que de nada servía más que para estorbar su camino o el de todo aquel que pasara por allí. Y lo peor era que en el fondo sabía perfectamente que no podía dejarlo ahí tirado esperando que fuera otro el que lo recogiera.

Sentado al pie del camino, con la cabeza gacha y pensativo, el chico se preguntaba una y otra vez qué debía hacer, aunque no tardó en darse cuenta de que lo que realmente estaba haciendo era inventarse una excusa para no tener que llevar aquel tremendo estorbo. La duda se resumía en aquella sencilla cuestión.

Fue al mirarlo un pequeño instante cuando se dio cuenta de que había algo escrito en su base. Entonces se acercó y leyó: "La decisión fue tuya". La cara entonces pareció iluminársele y como un flash le vino a la mente lo frustrado que se sentía cuando su vida no era más que un firme camino ya preestablecido por otros; y lo feliz que fue cuando al fin se sintió lo suficientemente fuerte como para elegir sus propios derroteros. ¿Tan pronto lo había olvidado? Aquel enorme, grotesco y pesado elemento era obra suya por ser uno de los que un día decidió tomar las riendas de su vida. Sintió otra vez la fuerza en su interior y sin dudarlo ni un momento más se puso el incómodo error sobre los hombros y arrastró su peso, con paciencia y esfuerzo, hasta donde ni a él ni a nadie pudiera estorbar. Porque la misma fuerza que tuvo al tomar la equivocada decisión le ayudaría ahora a cargar con el error que él mismo había creado... hasta donde fuera necesario.

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