En la Gare de Lyon

En la sala de espera de la Gare de Lyon yacía, tumbado en el suelo entre los numerosos bancos, un individuo que por fortuna no se trataba de nadie menesteroso. Tras una larga noche en vela y al aire libre Ruymán trataba de pegar ojo en el lugar más cálido que pudimos encontrar aquella mañana. Teníamos la esperanza de que en nuestra última noche en París, a pesar de ser miércoles, íbamos a encontrar una buena zona de fiesta para pegarnos una memorable juerga parisina, pero resultó al final que, al menos en los sitios donde estuvimos -y que por otra parte no fueron pocos-, no había tan deseado ambiente. Así que tras unas cuantas cervezas en algún que otro pub acabamos vagando por las calles en una de aquellas últimas noches de invierno.
Aunque el frío no era en exceso intenso no podíamos decir que estuviéramos tan a gusto como cuando andábamos por las solitarias calles nocturnas de nuestra pequeña gran ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, por lo que casi instintivamente aceleramos la marcha para ayudar al cuerpo a entrar un poco en calor.

Y ahí estábamos los dos, bajo una luna casi llena que luchaba por dejarse ver entre las numerosas brumas del cielo, caminando con paso firme a altas horas de la noche por las preciosas calles de la capital francesa. Sabíamos que aquello no era nuevo para nosotros. Transitar nuestra ciudad de noche siempre nos causó gran placer, resultando que aquel fin de las vacaciones no podía haber salido mejor a pesar de la inexistencia de aquella discoteca que esperábamos encontrar. Pues las calles de París nos brindaban, miráramos a donde miráramos, hermosos lugares como pocas ciudades son capaces de ofrecer. Y si bien las horas pasaban impertérritas una tras otra como es su costumbre hacer, las buenas sensaciones apenas nos dejaban oír las continuas quejas de nuestros pies para que nos paráramos de una vez.

Así que aunque no llegáramos finalmente hasta la torre Eiffel antes del amanecer para poder contemplarlo desde allí -lo cual se convirtió luego en la razón de ser de nuestro acelerado paso-, yo creo que no podíamos pedir nada más. Y aunque medio destruido en la sala de espera de la Gare de Lyon, diría que Ruymán tampoco.

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