Desdichas ajenas.

Paseaba plácidamente por las transitadas calles de Jaca en la tarde noche de un sábado que brindaba una temperatura muy agradable para un dos de marzo en esta ciudad. Escuchaba en la radio una emisora que emitía en aquellos momentos una música que contribuía a mejorar el buen paseo. Inmerso en los pensamientos que tal situación me inspiraban, pasé de largo a una mujer ya algo mayor que mendigaba sentada en una pared cuya única compañía era un ridículo molinito que ella misma habría fabricado. A pesar del bullicio, la señora probablemente seguía sintiéndose tan sola como cuando lo estaba realmente. Y, como digo, pasé de largo a la pobre señora sin prestar demasiada atención hasta que diez metros más tarde me paré en seco en medio de la calle a reflexionar sobre algo que ya antes había pensado alguna vez. Pensé nuevamente en aquellos tiempos cuando, sin apenas tener dinero, solía ser solidario entregando alguna moneda suelta a algún mendigo de mi ciudad. Y en que hace ya algún tiempo había perdido esa sensibilidad por aquellos que más lo necesitan. Sabía que me había vuelto más rácano desde que empecé a ver en mis manos más dinero del que acostumbraba a tener y me di cuenta de que es algo relacionado con otra cosa de la que en estos últimos meses he sabido: parece que entre mejor nos van las cosas a las personas peor somos capaces de darnos cuenta de las miserias de los demás.
Tras esos segundos de reflexión me di cuenta de que ya era hora de cambiar y volver a lo que era: saqué la cartera, me di la vuelta, recorrí los diez metros que me separaban de ella y entregué a la señora una moneda en su vacía cestilla. Era irónico -si bien fiel reflejo de la realidad- ver la vacía cesta en una ciudad de gente adinerada como ésta. La mujer me miró y vi en sus ojos tal sinceridad en su agradecimiento, en las gracias que me dio, que noté ese pinchacillo en el corazón recordándome lo injusto que era el mundo. Con sus reiteradas palabras de agradecimiento y su mano puesta en el pecho para enfatizarlo me hizo sentir profundamente satisfecho de mí mismo. Sé que así es como debo y deseo ser y no quiero cambiarlo. Ese pinchazo en el pecho y ese pequeño dolor que sentí al captar por momentos su miseria me ha vuelto a abrir los ojos y descubrir que no es justo olvidarse de las desdichas de las personas. Ni justo ni ético.

1 comentario:

lùaR dijo...

Profundo muy profundo xDD
Si todos fueramos como tu,el mundo iria mucho mejor.
(Ánimo,¡dos meses y bajando!)