Punto final

   Más tarde o más temprano la vida a veces se tuerce de tal manera que ya nada sigue como hasta el momento. Para bien o para mal, a unos se les presenta ese tipo de giros una o dos veces en la vida, mientras que a otros —quién sabe si por caprichos del destino o de ellos mismos—, esos puntos de inflexión llegan algo más a menudo. Pero nunca en exceso: si no, probablemente, no tendrían la trascendencia necesaria para calificarlos de tal manera. Otras veces, esos puntos resultan ser el final de la historia.

   Ella lo sentía; lo sentía en su interior. Sentía que otro de esos puntos de inflexión llegaría en un tiempo no muy lejano, y le aterraba un poco no saber si supondría un cambio bueno o malo. A veces —no sabía por qué— le daba por pensar que no sólo sería para mal, sino que resultaría especialmente nefasto.

   Fue por ello por lo que se desplazó hasta el otro extremo de la isla para visitar a un quiromántico que había logrado hacerse con cierta fama. Según éste, viviría aproximadamente hasta los ochenta, y la muerte le llegaría en forma de ataque al corazón. Tras preguntarle sobre la oscura idea que le atormentaba, el famoso lector de vidas ajenas prometió no ver nada al respecto. Se dispuso, pues, a regresar a casa, sin más información que la de una larga vida por delante. «¿Y a mí eso que me importa ahora mismo?» —se preguntaba a sí misma, frustrada, mientras arrancaba el vehículo.

   Entonces sucedió el accidente. Un fanático de la velocidad intentó su enésimo adelantamiento pasando a su coche por la derecha, desde el carril izquierdo por el que venía acelerando. Ella ni lo vio venir. Tras mirar por el espejo retrovisor el entonces libre carril derecho, se dispuso a ocuparlo cuando el veloz BMW apareció de repente a doscientos por hora, provocando el roce previo a las incontables vueltas que pasaron por delante de sus ojos. Ahora veía el mundo al revés y enrojecido, en medio de un gran amasijo de hierros y cristales; todo había sucedido demasiado rápido, incluso las ambulancias no tardaron en entrar en escena. Y mientras oía cada vez más vagamente el sonido de las sirenas, se preguntaba si tal vez hubiera sido mejor no ir en busca de sus ideas más oscuras... y si el dichoso adivino habría acertado en su pronóstico.

1 comentario:

Belén dijo...

Pues tienes razón... la verdad es que sabes exactamente cuando algo se acaba o puede acabarse...

Besicos