Me dijeron que esperara

Me dijeron que esperara. Que luchara por lo que quiero y que, más importante aún, se lo haga saber.

Me dijeron que exteriorice mis sentimientos, aquellos de los que en su momento no me importó alardear, y que aguarde porque, seguramente, llegará el momento en que vuelva a ser propicia la ocasión.

Porque, según otros, si todo es tan fuerte como lo describo no se trata de algo que deba dejar escapar: no siempre es uno tan afortunado. Y yo, sin poder estar seguro de ello, me pregunto una y otra vez quién tiene la razón y cuándo, más que en aquella ocasión, podré verdaderamente llegar a sentir lo mismo otra vez.

Pero hay algo que sí resulta innegable: tan vasto sentimiento resulta odiosamente difícil de olvidar, y alcanzar algo así, otra vez, resulta ahora un objetivo demasiado lejano e imposible de alcanzar. ¿Será que no he aprendido de errores pasados? ¿Será que me empeño nuevamente en embadurnarme de recuerdos dolorosos sin dejarme avanzar?

Sin embargo, me dijeron que esperara y que no olvide. Que la historia se merece un final feliz y que, a veces, lo bueno hay que esperarlo por muy lejano que esté. Porque así las dulces palabras —fruto de la pasión o, quién sabe, de la mal usada maestría— podrán ser convertidas en hechos que nadie podrá negar: -Exterioriza y demuestra lo que sientes-, me dijeron.

Y mientras me hundo en la indecisión, la campana comienza a oírse, de momento leve y distante, avisándome de que el tiempo se me acaba.

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