Despertar

¿Qué hora serían? No estoy muy seguro, pero quizás estaríamos a eso de las cinco menos algo de la mañana.

Me desperté. De esas veces que te despiertas de repente, sin saber muy bien por qué, y ya no tienes más ganas de dormir. Sí, vale. Sí que tienes ganas de seguir en la cama –¿para qué voy a levantarme tan temprano?–, piensas, –aún no he dormido las horas que debería–, pero a la misma vez quieres levantarte y hacer algo de más provecho.

Creo que al finel dormité un poco más y, al poco rato, ocurrió lo mismo. Tenía el dorso de mi mano bajo mi sién y empezó a sentir algo con fuerza: los latidos de mi corazón. Estaba un poco acelerado. Latía con vehemencia. Jose: ¡arriba!

Y así lo hice, como tantas otras mañanas desde hacía ya unas cuantas semanas. ¿Esfuerzo? Ninguno ¿Desgana? Ninguna. Mi corazón –la fuerza de sus latidos– me instaba a no olvidarme de mis ilusiones. A seguir adelante, sin tregua, hacia mis objetivos. A seguir autobombardeándome de hábitos, personas, lecturas y acciones que me lleven inevitablemente hacia el éxito en mis proyectos.

No hubo «diablillo» en esta historia. No hubo hueco para esa vocecilla que siempre está ahí y que nos intenta convencer de quedarnos en la cama, de dejar las cosas para mañana, de no tomar acción. ¡Ni rastro de ella! Solo mi corazón. Pura fuerza. Pura ilusión. Puro foco en lo importante.

Me levanté y seguí trabajando, con ilusión, hacia mi autorrealización.