Miedo

    La sensación es de miedo.
    Es el motivo por el que las lágrimas bañan a veces mis ojos hasta casi llegar a derramarse. Pero en verdad lloro mucho más por dentro. Y esto, potencialmente peligroso, puede hacer que uno al final acabe estallando en mil pedazos.
    La sensación es de miedo. Supongo que similar al que otros podrían llegar a sentir ante otro tipo de situaciones probablemente mucho más trascendentales que a mí, quizás, no llegaran a dejarme demasiadas huellas. Mi miedo es semejante y diferente a la vez. Banal a ojos de unos; pero vital dada mi circunstancia.
    Mi miedo es a caer y no poder levantarme. A no superar el obstáculo que otros se empeñan en poner en mi camino. Porque hay lecciones que creía tener bien aprendidas pero siempre surgen situaciones que delatan mi debilidad, alcanzando de lleno a mi orgullo y dejando al desnudo mi delicado temperamento.
    Se trata de no tener más fuerzas para seguir. A dejar, sin saber cómo evitarlo, que la opinión ajena influya sobremanera en mi proceder. A lamentarme tanto de mis defectos y errores pasados que llegue a olvidar las virtudes que me permiten seguir adelante. A olvidar, en definitiva, que no importa cuán fuerte puedas ser capaz de golpear, sino con cuánta fuerza puedas llegar a ser golpeado y seguir adelante.
    Pero al menos me enorgullezco de verlo claro: mi miedo no es otro que el de sentir una vez más el fantasma del fracaso intentando envenenar mis venas. Sin embargo esta noche no me voy a lamentar más. Esta noche he decidido dejar descansar mi química...
                                                                                                                                           

                                                                                                               Interpol - Rest my chemistry

Punto final

   Más tarde o más temprano la vida a veces se tuerce de tal manera que ya nada sigue como hasta el momento. Para bien o para mal, a unos se les presenta ese tipo de giros una o dos veces en la vida, mientras que a otros —quién sabe si por caprichos del destino o de ellos mismos—, esos puntos de inflexión llegan algo más a menudo. Pero nunca en exceso: si no, probablemente, no tendrían la trascendencia necesaria para calificarlos de tal manera. Otras veces, esos puntos resultan ser el final de la historia.

   Ella lo sentía; lo sentía en su interior. Sentía que otro de esos puntos de inflexión llegaría en un tiempo no muy lejano, y le aterraba un poco no saber si supondría un cambio bueno o malo. A veces —no sabía por qué— le daba por pensar que no sólo sería para mal, sino que resultaría especialmente nefasto.

   Fue por ello por lo que se desplazó hasta el otro extremo de la isla para visitar a un quiromántico que había logrado hacerse con cierta fama. Según éste, viviría aproximadamente hasta los ochenta, y la muerte le llegaría en forma de ataque al corazón. Tras preguntarle sobre la oscura idea que le atormentaba, el famoso lector de vidas ajenas prometió no ver nada al respecto. Se dispuso, pues, a regresar a casa, sin más información que la de una larga vida por delante. «¿Y a mí eso que me importa ahora mismo?» —se preguntaba a sí misma, frustrada, mientras arrancaba el vehículo.

   Entonces sucedió el accidente. Un fanático de la velocidad intentó su enésimo adelantamiento pasando a su coche por la derecha, desde el carril izquierdo por el que venía acelerando. Ella ni lo vio venir. Tras mirar por el espejo retrovisor el entonces libre carril derecho, se dispuso a ocuparlo cuando el veloz BMW apareció de repente a doscientos por hora, provocando el roce previo a las incontables vueltas que pasaron por delante de sus ojos. Ahora veía el mundo al revés y enrojecido, en medio de un gran amasijo de hierros y cristales; todo había sucedido demasiado rápido, incluso las ambulancias no tardaron en entrar en escena. Y mientras oía cada vez más vagamente el sonido de las sirenas, se preguntaba si tal vez hubiera sido mejor no ir en busca de sus ideas más oscuras... y si el dichoso adivino habría acertado en su pronóstico.

Romántico


Cuando el romanticismo tiene muchas acepciones, y no todas son válidas o alcanzables para todos, sólo cabe esperar que aquellos enamorados de las fantasías encuentren al cabo las razones de su existencia o mueran, satisfechos, en sus irracionales intentos...

  No me llames romántico, si con ello me tomas por alguien que ha encontrado el amor. Ya no soy aquél sentimental que añoraba lo que ahora se me antoja bien lejano. Ahora sólo pienso que tal adjetivo no me identifica; al fin y al cabo, tal como yo lo veo, no es un romántico quien ama y no es amado.

  Llámame virtuoso, vivaz y generoso. Pues sin serlo al completo, al menos considero ésta una búsqueda más palpable. Y sin saber si el soñar sigue siendo mi mejor o peor cualidad, ahí sí que acertarás si, en tu empeño, 'romántico' me sigues queriendo llamar.

  Te dejo que me tomes por loco, o por un temerario desquiciado. Discúlpame si me salto el protocolo y tus reglas estereotipadas. Lamento si mi idea del sentimiento difiere de la tuya y la de los tuyos. Pero yo, soñador empedernido, aún siendo veterano salvador de circunstancias, no puedo luchar contra la naturaleza terca de mi ser.

  Seguiré pues buscando en mis andanzas —de formas más o menos ortodoxas— drenajes efectivos que hagan fluir los sentimientos más profundos; haciendo volar mis fantasías más apasionadas y satisfaciendo, al cabo, mi innato romanticismo interior sediento de horizontes lejanos (y, lo admito, quizás igual de irrelevantes).

  Y ya sólo me resta decir que en esta búsqueda de mi propia cordura —perdida, tal vez, en aquel sentimiento frustrado—, si bien un día estuve loco de amor, hoy, porque sueño y soñar, siento que no lo estoy...

  ...pero sí conservo —intacta— mi natural pasión.

Lección de peregrino [4]

   Si la lluvia y el viento hubieran sido su único problema aquel día, posiblemente no habría acabado tan hastiada. Pero no fueron estos los únicos elementos adversos a los que tuvo que enfrentarse. Los caminos, especialmente largos, se mostraron más duros que nunca, y el barro formado por la intensa lluvia no facilitaba precisamente su andadura.

   Le hubiera gustado tener a alguien a quien expresar las intensas emociones de rabia y frustración que sentía en esos momentos, pero por aquellos parajes tan exigentes no había visto pasar más que a su propia sombra; y sólo durante un rato, hasta que el sol fue ocultado por los nubarrones. No obstante, a veces se sorprendía a sí misma dando gritos al aire, maldiciendo el día que le había tocado vivir.

   Sin embargo y a pesar de todo lo ocurrido se encontraba allí, resguardada en una pequeña cueva que le proporcionaba un merecido descanso, a un tiro de piedra del pueblo donde acababa su ruta; sana y salva, triunfadora. El tiempo, además, decidió en esos momentos hacer tregua. Y sí, sin duda fue el día más fatigoso al que hasta el momento tuvo que enfrentarse, pero, ¿acaso no fue también, ahora que casi había acabado, el más satisfactorio? Pues el logro fue suyo. Y los métodos usados también; no se abandonó en ningún momento ante la adversidad, llegando a su destino por méritos propios.

   Consciente de la hazaña que había protagonizado, supo convertir entonces su hastío en orgullo propio, convencida de que, entre más raídas quedaran sus botas y mayor cantidad de sudor derramara en los días más duros, mejor disposición adquiriría para absorber todas las enseñanzas del camino. Pues al fin y al cabo y según había oído alguna vez, "la flor que crece en la adversidad es la más hermosa".