Un viernes más

Como todos los viernes a primera hora de la mañana, el profesor de “Fundamentos” pasaba lista a sus alumnos con la habitual parsimonia que le caracterizaba:

—Quevedo Martín, Aurora. —Tras nombrar al alumno correspondiente, acostumbraba a tratar de buscarle con la mirada puesta encima de la montura de sus gafas.

—¡Presente!—respondió ésta, como sobresaltada, para luego dejarse ver levantando la mano con visible desgana.

“Fundamentos” —así era como los estudiantes denominaban a la asignatura “Bases teóricas y fundamentos de enfermería”— era una de esas asignaturas que, o bien podías odiar profundamente o bien verle un cierto atractivo que el resto de compañeros jamás comprendería.

[...]

Descargar el relato completo clicando Aquí.

De la bondad y otras fuerzas misteriosas


   No es lo más cómodo ser bondadoso. La indiferencia o la propia maldad tienen a veces una atracción inexplicable. ¿Cuántas veces nos comportamos de una manera que en verdad sabemos que no es la correcta? Y sin embargo seguimos en la misma línea, sin bajarnos del burro, para no tener que enfrentarnos a la adversidad que supondría actuar de la manera más honesta; la que mejor nos haría sentir.
   A todos nos viene de serie esa pequeña alarma que nos avisa de que el derrotero tomado podría no ser el adecuado. Se manifiesta de varias maneras: unas veces en forma de remordimiento, otras provoca que nos enfademos inexplicablemente (hasta que nos damos cuenta de que el motivo viene de nuestro interior) y otras, por ejemplo, nos hace sentir avergonzados. Pero esta alarma no actúa de manera individual. A veces puede llegar a ser inhibida en mayor o menor medida por nuestros propios pensamientos —“todos los demás lo hacen”, “no es para tanto”, “no podías hacer otra cosa”...—, resultando que dejamos de ser capaces de oír cómo suena, por mucho ruido que haga. O tal vez sea que nosotros mismos nos entrenamos para hacer oídos sordos para evitar complicaciones.
   Lo ‘no bondadoso’ atrae. Y esto, de hecho, es algo que muchas religiones saben muy bien, tratando de establecer normas fijas e incuestionables —mandamientos— para hacer que sus fieles no sean embaucados por esa misteriosa fuerza que les lleva a no seguir el camino del bien.
   Y la cuestión es la siguiente: ¿qué nos incita a ello?, ¿qué nos mueve a no llevar a cabo lo que en el fondo queremos ser?, ¿por qué nos dejamos llevar por esos factores secundarios a nuestro verdadero y bondadoso objetivo, esto es, aquél que no dispara la alarma interior, que nos hace sentir satisfechos? La respuesta la ignoro; pero no es la única que desconozco. Pues, si bien se puede cuestionar sobre la naturaleza de estas fuerzas, sería ridículo no preguntarse a su vez por qué resulta tan importante el hecho de ser bueno —cuando sería más fácil seguir simplemente el instinto de supervivencia, tratando de conseguir siempre lo mejor para la propia persona—. Siendo que pudieran entrar factores como la moral o la educación, me permito introducir en esa ristra de factores la fe. Fe en que actuar con bondad es lo correcto, pues al fin y al cabo es lo que uno puede sentir en el interior; considero que ese sentimiento es precisamente la justificación necesaria para actuar de esa manera, contribuyendo a su vez al aumento de la propia fe y siendo ésta la que, al final, nos dé la fuerza necesaria para no dejarnos llevar por la indiferencia.
   Así, termino este texto tal como lo comencé: con afirmaciones difusas y preguntas sin respuestas claras; teniendo claro que, si bien éstas pueden tomar mil formas diferentes, siempre quedarán las sabias afirmaciones de filósofos del pasado para no perdernos demasiado en la búsqueda. En cuestiones atemporales, el tiempo y el contexto poco tienen que decir. Y sabiendo entonces que lo más cómodo no es ser bondadoso, y que la indiferencia o la propia maldad tienen a veces una atracción inexplicable, les dejo con estas bonitas y añejas palabras, impasibles ante el paso de los siglos, que un sabio nos legó allá en el s. II...

 
"No te comportes como si fueras a vivir miles de años. Lo inevitable se cierne sobre ti: mientras vivas y puedas, sé bueno."
"¡Qué tranquilidad, la del que no observa lo que su vecino ha dicho, hecho o pensado, sino que se preocupa sólo de que sus actos sean justos y santos! Como el buen corredor, no mires a tu alrededor, corre directamente a la meta, sin distracción."
"Si reflexionas con atención verás que todo lo que sucede, sucede justamente. No me refiero a una sucesión de causa y efecto, sino a una ley justa, casi como si un ser retribuyera según los méritos. Sigue como hasta aquí y, hagas lo que hagas, actúa como un hombre bueno, en el sentido propio de la expresión. Observa esta regla en todas tus acciones."
"La perfección moral consiste en transcurrir cada día como si fuera el último, sin excitación, sin torpeza y sin simulación."
Del libro La Sabiduría de Marco Aurelio.


Lección de peregrino [3]

   Las personas que le habían acompañado desde el inicio del camino se contaban por decenas. Algunas de ellas habían logrado llegar a su corazón de una manera insospechada. Otras, por irrelevantes, caían rápido en el olvido. Y los momentos que en ambos casos podía compartir con ellas podían ser más o menos prolongados en el tiempo, pero había aprendido que ese factor no tenía por qué ser necesariamente importante.

   A veces, pues, tenía la fortuna de caminar acompañada. Y otras la suerte venía dada por el hecho de poder viajar en soledad. La misma soledad que, al final, acabaría siempre acompañándole: ésa era una de las pocas verdades de las que podía estar completamente segura.

   En efecto, era consciente de que, por muy bien que estuviera con alguien, las circunstancias siempre podían tornarse adversas incluso en el momento menos esperado. Los aspectos del camino que podían considerarse atemporales y estáticos eran muy pocos. «Todo cambia», se decía a sí misma cada vez que al sendero se le antojaba mudar de aspecto. Siendo que cada amanecer traía consigo un mundo nuevo por descubrir, cada uno de ellos le enseñaba un detalle más que, por muy ínfimo que fuera, le mostraba nuevas maneras de sobrellevar mejor su andadura.

   Siguió entonces descubriendo verdades al son de sus propios pasos, sin olvidar nunca que, sola o acompañada, ella siempre podría contar consigo misma; eso sí que no cambiaría nunca.

Lección de peregrino [2]                                                                                   Lección de peregrino [4]

Podrido

      Pulcro en su estampa, diligente trabajador
      hombre de puesto relevante que,
      incluso en el grupo más chic, llama la atención.

      Hasta que llega a casa y se destapa,
      dejando caer su fachada impecable,
      liberando al aire una piel que exuda,
      exuda, exuda y más exuda
      los mayores miedos y frustraciones
      que se pudren -en silencio- en su interior.

      Y un olor repulsivo sale de la habitación,
      desprendiendo un hedor húmedo, cargado;
      como a mueble antiguo y obsoleto.

      Sin embargo es un cuarto colorido y juvenil
      que transmite modernidad en cada rincón;
      pinturas plásticas en las paredes impolutas,
      mobiliario de revista y,
      al fondo, ordenador de última generación.

      El sol entraría con gusto por la ventana,
      encendiendo los vivos colores,
      si a ésta no la mantuviera tan cerrada.

      Pero la entrada está prohibida.
      Nadie irrumpe allí sin él saberlo,
      pues quien lo hiciera se percataría
      fácilmente
      que el hedor no es propio del  recinto,
      sino del triste sujeto que la habita
      sumido en desolación constante,
      y experto manipulador de apariencias.

      Y pulcro en su estampa es, diligente trabajador,
      hombre de puesto relevante al que, sin embargo
      se le va pudriendo -poco a poco- el corazón.

Lección de peregrino [2]

   Ese día no anduvo sola. Casualmente se juntaron en el camino muchos otros caminantes que, como ella, llevaban ya una gran distancia recorrida. Pero no vio ánimo en sus rostros. Al contrario, no percibió más que desolación y frustración, cansancio y desgana. Los caminos anteriores habían hecho mella en su voluntad de tal manera que incluso sus mochilas se aligeraron. Y es que ya no portaban esperanza.

   Ella quería llegar. Era su máximo deseo. Pero no sabía si estaba vacunada contra el virus que podía haber ocasionado la gran plaga que veía ante sus ojos. Al menos había procurado siempre apuntar en su libreta las lecciones de cada día, así como sus ideas y motivaciones más profundas. Aprovechó entonces aquél momento de reflexión para sacarla y anotar sus pensamientos.

   Pero no se trataba de ninguna epidemia. Si hubiera habido un brote, de hecho, habría sido desde el interior mismo de cada persona. Pues en realidad fue cada una de ellas quien tomó esa decisión; cada una de ellas, al fin y al cabo, había abandonado las propias motivaciones que tiempo atrás habían sabido hacer madurar también desde el fondo de sus corazones. Aquellas personas, en definitiva, se habían abandonado
a sí mismas.

   Fue precisamente eso lo que ella decidió escribir en su libreta. Y no necesitó más que tres palabras para resumirlo a la perfección:
«08/04/2010. Prometo no abandonarme», anotó sin escuetos.


Lección de peregrino [1]                                                                    Lección de peregrino [3]

Lección de peregrino [1]

   Llevaba en su mochila todos sus enseres personales, abrigo, comida, agua y algo de lectura. También portaba algunas de sus lecciones aprendidas, pues acostumbraba a escribir un diario donde relataba parte de sus andanzas. Así podría recordar en el futuro las experiencias más llamativas del presente.

   –¿Qué llevas ahí? le preguntaban algunos curiosos al ver su mochila.

   –Mi casa le gustaba responder. Lo que llevo es mi casa.

   Y era verdad, puesto que en el fondo no necesitaba nada más para ser feliz. Era un valor moral que formaba parte de sus creencias personales, aunque tampoco pretendía con ello engañarse a sí misma: sabía que la austeridad no era fácil de llevar en el mundo ostentoso que le había tocado vivir. Pero ella al menos lo intentaba, y ese simple hecho le satisfacía.

   Había comenzado con la mochila bien cargada. Pero con el paso del tiempo se daría cuenta de que, a efectos prácticos, cualquier peso añadido no hacía más que incrementar el sufrimiento del viaje que le había tocado emprender. La austeridad había pasado entonces de ser ese valor moral que ella misma se había impuesto a una necesidad vital para el éxito de su marcha. Se preguntó entonces si es que acaso había sido, hasta entonces, esclava de sus propias pertenencias más insustanciales.



Lección de peregrino [preámbulo]                                                                    Lección de peregrino [2]

Lección de peregrino [preámbulo]

   Ella viajaba a pie porque decía que le gustaba sentir el terreno bajo sus botas. Como si de un verdadero infante se tratara, las consideraba de hecho una especie de fetiche de incalculable valor. Al fin y al cabo eran el instrumento que le permitían hacer realidad su voluntad. Le permitían avanzar.

   Su periplo había comenzado sin previo aviso. Aunque en realidad no había sido decisión suya, al menos supo adquirir con el tiempo la capacidad de elegir el ritmo que quería tomar. No sólo eso. De vez en cuando también podía optar entre las diferentes alternativas que el sendero le ofrecía. Y todo ello a golpe de zancada; estaba convencida de que de esa manera podría llegar a percatarse mejor de los detalles más pequeños del camino.

   Así, con el despertar de cada nuevo día recogía todas sus pertenencias, se las cargaba en la espalda y partía, bajo el sol de amanecer, en busca de una nueva victoria en el reto que suponía alcanzar el próximo destino. Y, mientras caminaba, se le iban ocurriendo maneras y maneras de extrapolar sus reflexiones a la propia vida.


                                                                                               

Lección de peregrino [1]

Sonríe


   Hoy te ríes de lo irónica que puede ser a veces la vida.
 
   Te ríes hoy tal como te reías hace justo un año, a su lado. En aquellos tiempos, no obstante, sonreías de manera sincera. Ni siquiera te dabas cuenta de que lo hacías cuando ella rodeaba tu cintura. El gesto entonces era el mismo; la intención, a día de hoy, es otra.

 
   Pero tras esa vuelta que ambos se han dado alrededor del sol han pasado muchas cosas. Para ella y para ti. Tú has sufrido su ausencia y has pensado demasiado, pero finalmente conseguiste hacer callo. Bien es cierto que jamás olvidas, pero al menos 
te digo creo que has hecho un buen callo. Has conocido incluso a otras personas, con lo que pudiste arrinconar aún más el sitio que para ella tenías guardado. Realmente pienso que lo lograste con creces.

   Es en esas situaciones cuando al sino le gusta mostrarse más caprichoso, haciéndote ser partícipe de situaciones que no te convienen. Que avivan la llama que tanto trabajo te había costado controlar. Sin previo aviso te coge la cabeza con sus dos fuertes manos y te obliga a observar esas imágenes mientras sonríe con sarcasmo. Y tú, que no puedes hacer nada por evitarlo sonríes también, de la misma forma, porque en el fondo sabes que no te queda otra opción más inteligente. Piensas que ya no recordarás más estas fechas por aquel recuerdo grato que tenías, sino por este capítulo nefasto que ha conseguido romper un poco ese callo que habías elaborado. Pero tranquilo, yo sé que lo lograste: esta vez no se trata de un autoengaño. Eso te dará fuerzas.

   Y sí –¿para qué negarlo?–, ambos sabemos que algún otro paseará con ella por las mismas calles por las que tú solías hacerlo. Pero tú sonríe. No dejes de hacerlo. Sonríe como si en verdad fuera ésa tu intención.

   Pd: y guarda un poco las apariencias. Ahora más que nunca. Recuerda –no lo olvides jamás– que sólo tienes una.

Despecho

   La pareja permanecía de pie, frente al escaparate de una de las tiendas más lujosas del barrio comercial donde ambos solian ir de compras.
   —Llevamos casi dos años juntos  —afirmó ella de repente.
   —Así es, amor mío.
   Se volvió hacia él, procurando un gesto acusador más elocuente que cualquier palabra.
   —Tranquila —respondió él con voz pausada—: este año no se me olvidará nuestro aniversario.
   Lo cierto era que nunca le habían importado ese tipo de fechas. Aún peor: tampoco se molestaba mucho en disimularlo. Por otro lado, su apretada agenda de empresario apenas le dejaba tiempo para tener en cuenta en ese tipo de detalles. Tras unos minutos de silencio, ella prosiguió:
   —A veces pienso que sólo estás conmigo por mi físico. Que lo único que buscas en mí es tener sexo a placer y gozar de mi compañía femenina cuando te lo permite tu trabajo.
   Ahora fue él quien se volvió hacia su compañera, mientras ésta seguía con la mirada puesta en el escaparate. Se le pasaron por la cabeza más de una respuesta, aunque finalmente optó por no decir nada al respecto. Se dio la vuelta y se metió en el flamante audi último modelo que estaba aparcado justo detrás, en la misma acera. Al rato ella le siguió, introduciéndose en el pomposo asiento de cuero del copiloto.
   —¿Qué haces? —le preguntó, al verle tan concentrado mirándose en el espejo retrovisor.
   Él no interrumpió su afanosa tarea para responder.
   —Nada —dijo secamente—. Tan solo me preguntaba qué habrías visto tú en mí el día que nos conocimos . —Hizo una pausa deliberada—. Dime —añadió—, ¿en qué restaurante te gustaría cenar hoy?