Muerte de un sabio

Te pregunté una vez qué era lo más importante para ti en la vida. No me respondiste. Desde entonces me he preguntado si no lo hiciste porque no lo sabías o porque simplemente consideraste que no debías dármela.

Tú eres viejo. Ya lo eras entonces. Y sé que la vida te ha enseñado muchas cosas. Ahora ambos sabemos que no te queda mucho de vida y que, no obstante, lo afrontas con total naturalidad. Como si ya hubieras cumplido con tu deber y pudieras irte tranquilo.

No me has dicho una palabra desde que he llegado. Sabes que he venido en cuanto he podido. Me llamó tu hijo ayer diciéndome que los médicos apenas te daban unos días de vida y aquí me tienes, un día después, acompañándote en tus últimos momentos. Es cierto que nos separamos durante algunos años pero yo jamás olvidaré todo lo que me enseñaste. Nunca aprendí en ningún libro todo lo que tú fuiste capaz de mostrarme, esas herramientas que tan útiles me fueron para comprender la vida de otra manera.

Me dijiste una vez que yo para ti era como un hijo. Yo era, de hecho, el que se mostraba más receptivo de todos ante tus enseñanzas. Tus hijos, realmente, nunca se interesaron por tus palabras; no sabían que aquel discurso que nos diste sobre la predisposición de cada uno a escuchar ciertas cosas hacía alusión a personas como ellos. Tus palabras podían ser aprovechadas con sabiduría o desechadas con absoluta ignorancia. Son, ambas dos, maneras de vivir con las que se puede ser feliz, pero de diferente manera.

Pero te irás finalmente con tu sosiego y sin responderme aún a aquella ansiada pregunta. Para mí, tu hijo adoptivo, si es así como me consideras, resulta desalentador perder a alguien que ha significado tanto. A ti, el que considero mi maestro, espero que allá a donde vayas encuentres todas las respuestas que aún te quedaron por descubrir. Las mismas a las que yo ni siquiera aspiro a imaginar, que van más allá incluso de esa gran pregunta que a mí aún me atormenta en mis momentos de reflexión.

Vete, amigo mío, con la paz que ya has conseguido. Yo seguiré recordándote en tus mejores momentos y aplicando todo lo que aprendí de ti. Y buscaré esa respuesta con las herramientas que me has dado, porque sé que es eso lo que en verdad pretendes. Si tú así lo crees es que seguramente no habrá otra manera de conseguirlo.

Amigo mío, maestro, compañero… con todo mi pesar no me queda más que decirte adiós… y gracias, mil gracias por todo.

Abstracción

En una vida cambiante, donde hay tantas cosas que experimentar y tanta gente diferente de la que aprender, se encontraba, una vez más, perdido. Invariablemente se sentía a la deriva en un mundo donde todo parecía estar establecido. Se preguntaba una y otra vez por qué averiguar cuál debía ser su propio camino le resultaba algo tan complicado cuando todos parecían estar encaminados… y felices.

Como una triste canción evocando viejos momentos de alegría arrebatados por el tiempo, sentía el pesar de la incertidumbre sobre sus espaldas. La misma incertidumbre que en otras ocasiones le resultaba tan alentadora: símbolo de la auténtica aventura. Aquella que tanto buscó. La misma que no se compraba con ninguna moneda, sino con los años de su propia vida.

Ya no recordaba su propio principio. Éste se iba desvaneciendo ya en la creciente espesura de la neblina del tiempo; y su fin más próximo se volvió intangible. El continuo cambio lo marcaba y lo seguiría marcando, seguramente, durante mucho tiempo. Ni siquiera sabía si quería que esto fuera así, pero eso ya había dejado de tener importancia porque, sea como fuere, era algo contra lo que tendría que luchar, algo con lo que tendría que convivir. Y esperó sinceramente lograr algún día armonizar con ese cambio tan innato en su existencia. Porque posiblemente tan sólo así podría llegar a leer el inefable entramado que era ahora su vida.