El hombre etiquetado

Érase una vez un hombre etiquetado. Poca cosa se sabía de él, pues su extraña etiqueta inspiraba cierta desconfianza. Un buen día vino y, al tiempo, se fue. Y nadie supo nunca leer más allá de lo que aquel trozo de papel ponía.

Lo malo de viajar

Es lo malo de viajar… cuando te toca irte y despedirte quizás para siempre de quien ha sido tu compañero.

Es lo malo de viajar… que cuando en ocasiones tenías ganas de volver nunca imaginaste que perderías todos esos nuevos vínculos que en el fondo tanto apreciabas.

Es lo malo de viajar… cuando te das cuenta de que simplemente la vida es así y el viaje es una maqueta a escala de lo que ésta nos depara a todos en realidad.

Carta a mis compañeros

Por ustedes es por quien escribo estas palabras.
Por ustedes, que tan vivo me han hecho sentir en tantas ocasiones, es por lo que les prometo que nunca olvidaré esta etapa de mi vida.
Ustedes, que tan buenos compañeros han sido, que tantas cosas hemos vivido juntos, que tanto nos hemos dado nuestro mutuo apoyo no podrán ser separados nunca de ese hueco que ya tienen en mi corazón.
Porque en la vida podré olvidar la fidelidad de O., las extravagancias de C., las vivos comentarios de V., la humildad del sargento M., el compañerismo de Z., la profesionalidad el sargento P…......
¡Cómo olvidar nuestras historias y nuestras miserias!, ¡cómo abandonar el recuerdo de la famosa aura de la sección!
Porque en ustedes se podía confiar incluso en las situaciones más difíciles. Y por eso, desde aquí, les deseo mucha suerte en su viaje a tierras hostiles, que les echaré de menos y que espero que algún día me puedan contar, en algún rincón del mundo, qué fue de sus vidas tras nuestra despedida.

Tiempos de desdichas y alegrías (breve epílogo de dos años en el ejército).

Hace dos años tomé la decisión de arriesgar un poco el derrotero de mi vida para meterme en el ejército. Eran para mí otros tiempos y otras vivencias; yo, en aquel entonces, era otro. El lugar donde me metí no era fácil: no todo el mundo estaba dispuesto a soportar las miserias a las que éramos sometidos. En aquel entonces, en los dos primeros meses, podía tomar la decisión de irme. Y aunque en algunas ocasiones se me pasó por la cabeza, en el fondo sabía que la suerte ya estaba echada desde el momento en que decidí dar el paso, que tenía que llegar hasta el final. Esos dos primeros meses, más uno añadido, haciendo la instrucción en Cáceres se me antojan ahora un poco lejos a pesar de no haber pasado tanto tiempo. Pero si eso es así es, seguramente, porque en todo este tiempo han ocurrido muchas cosas.

La siguiente fase prometía ser más alentadora, pues se suponía que ya había pasado la época más puñetera, pero resultó que era en ese entonces cuando comenzaba la verdadera agonía. Y era en verdad la razón por la que yo había decidido irme: estar allí, en Jaca, en la Brigada de Cazadores de Montaña. Pero en el cuartel La Victoria las cosas no solían ser felices para los nuevos, los pollos. Había que ganarse la boina, ganarse la confianza de los compañeros, ganarse la confianza de los mandos… ganarse, en definitiva, una reputación. Y todo bajo un ambiente hostil cuyo único objetivo era putearte e infravalorarte en un sistema en el que todo el mundo, desde el jefe más alto hasta cualquier compañero más antiguo, parecía despreciarte. Para una personalidad como la mía resultó ser un infierno, y más de una lágrima derramé en silencio -o delante de algún amigo- por creer que no merecía semejante castigo. Los primeros fueron meses de desdicha y menosprecio, repleto de infravaloraciones injustas.

Pero pasaron los meses y con ellos muchas maniobras y muchas experiencias. Cada vez se llevaban mejor: intentaba no cometer nunca el mismo error dos veces y aprender todo lo nuevo de cada situación. A pesar de mi escasa vida militar, en una unidad como esa iba ya ganando antigüedad, pero si había algo que tenía muy claro es que no podía caer en las redes del sistema que tan mal me acogió: siempre intenté mostrar humildad y enseñar sin broncas a cualquier nuevo que me preguntara. Ya en Cáceres tenía claro que la reputación era algo muy importante en ese mundo, y si bien al llegar a Jaca había perdido toda la que había ganado en aquel entonces al ser un sitio nuevo, las cosas se me iban poniendo mejores. Si había que correr, corría como el que más, si había que caminar, sabía que jamás me debía quedar atrás, si me dolía un poco el tobillo, no quise nunca darme de baja, adonde hubiera que ir, yo iba, y si había que llevar algo más de peso alguna vez, yo lo llevé. Eran muchas de esas cosas inherentes a mi personalidad, pues nunca me gustó estar detrás de nadie, pero lo cierto es que gracias a ellas llegué a ganarme un respeto con el que me sentía, paradójicamente, sobrevalorado.

Y es que nunca llegué a pensar que en los últimos meses pudiera llegar a sentirme tan querido como me sentí. Y es por eso por lo que no me importa olvidar las decenas de ocasiones en las que me arrepentía rotundamente de haberme metido en aquel berenjenal. Los últimos meses, esos en los que me sentía tan querido, en los que sabía que había hecho cosas que de otra forma no hubiera hecho nunca, en los que sabía que era fuerte y respetado, que me había convertido en un buen soldado sin olvidar la humildad, y que mandos y soldados me lo recordaban cada día, fueron, sin duda, enormemente gratificantes. Me sentía tan orgulloso de mí mismo que es una sensación que, junto a mi pequeña aventura, no la cambio por haber acabado la carrera que en ese tiempo ya hubiera acabado.

Son muchas cosas las que habría que contar; muchas aventuras y desventuras que posiblemente sólo con la ayuda de mis compañeros de fatigas sería capaz de relatar fielmente. No me siento capaz de escribir todos los pequeños detalles ni todas las pequeñas grandes hazañas. Y ante la típica pregunta acerca de qué he sacado en estos dos años posiblemente nadie me comprendería si le contestara que el provecho ha sido la experiencia en sí misma. Pero me da igual porque yo, ahora, estoy totalmente convencido de que mi crecimiento personal ha sido inmenso y que la satisfacción de ganarme la confianza de algunas personas que no se la dan a cualquiera vale mucho para mí. Y aunque faltó alguna cosa para poner la guinda a la historia, quizás esté destinado a ponérsela más adelante cuando un día decida, quién sabe, seguir viviendo pequeñas -grandes para mí- aventuras.

Reflexiones desde mi ventana

Ya me queda muy poco aquí. Desde las encantadoras vistas de mi piso en Jaca, me doy cuenta de que el cambio es inminente, que el observar los ciervos de la ciudadela pastar bajo la incesante lluvia -inspiradora siempre y evocadora de muchos pensamientos- pasará a ser un recuerdo que no volverá a repetirse.
Han sido tantas las emociones en estos dos años, tantas y de tan diversa índole, que no me cabe duda que marcarán un antes y un después en mi vida. Ahora soy el mismo, sí, pero también soy otro. Con quizás las mismas debilidades, pero más fuerte. Y eso hace que me pregunte cómo afrontaré los futuros retos, si lograré estar a la altura de mis expectativas, si este nuevo Jose seguirá teniendo las mismas ideas, pero con la suficiente convicción y voluntad como para afrontarlas con decisión y confianza. Confío en que esta época que se va haya significado una evolución, a pesar de lo que puedan pensar muchos. Porque como he dicho y diré, no se puede explicar con palabras. Hasta para mí es dresulta ifícil de entender. Y escribiré sobre ello -pues tan grande capítulo bien merece un buen texto - pero no sabré explicarlo.
El cambio es inminente; la ciudadela y sus ciervos dejarán de ser testigos de mis andanzas. Y aunque un poco perdido en el vaivén de las circunstancias, la vida me brinda la oportunidad de volver a tener ilusión por esa vaga y extraña sensación de placer que causa la incertidumbre.