Soberbia

¡Y quién te crees tú, maldito, para mirarme de esa manera!
¡Dime a la cara si es que acaso te crees mejor que yo o me consideras un pobre imbécil!
¡Atrévete y verás cómo te demuestro sin puños ni palabras de lo que soy capaz!
¡Que soy incluso mejor que tú porque aún no he olvidado la humildad que ambos tuvimos un día!
¡Porque mis actos harán callar esa amarga boca que has alimentado con soberbia y más soberbia!
¡Porque yo nunca me dejaré arrastrar por la dulce corriente del poder!
¡Ya nunca seré corrompido por nada que quiera arrebatarme mi honradez!
¡Y esto alguien como tú me lo enseñó, también con sus actos! ¡Alguien como tú, sí!
¡Para que veas que no hace falta hacer sentir inferior al resto para uno ser lo que es!
¡Ahí está el verdadero ejemplo! ¡La auténtica virtud!
¡Así que aparca de una vez tu altivez y deja de mirarme como si fueras superior a mí!
...
Porque, si no yo, la vida te demostrará algún día que no eres más de lo que eres.

No te abandones

“Las grandes almas tienen voluntades. Las pequeñas tan sólo deseos”

Y ser voluntarioso no debe ser algo con lo que se nace
El ser con voluntad se hace

Por eso, día a día, acto tras acto… no te abandones

El que tiene voluntad sabe lo que quiere, lo que desea ser.
Y se pueden abandonar proyectos por uno u otro motivo
Pero aquél que nos permite dirigirnos a nuestro objetivo
Es el único que al que no debería renunciarse.

Porque sería abandonarnos a nuestro destino
Despedirnos de nuestras ilusiones
dejarlas naufragar vilmente
¡olvidando tal empeño ya nada tendrá sentido!
no, no somos almas carentes de pasiones
tan sólo es que la voluntad está latente
y vislumbrarla es no abandonarse a sí mismo

por eso, día a día, acto tras acto… no te abandones
No abandones lo que realmente quieres ser
No, no te abandones
No te abandones

El desierto (Soledad)

Árido y solitario, tempestuoso y terriblemente hosco; así se me presenta este desierto en el cual, de repente y tras un simple pestañeo, me veo inmerso. No veo nada en un radio de cinco metros. El viento golpea en mi cara y en mi cuerpo como queriéndome echar de su legado. Afilados granitos de arena que me golpean con increíble ira. El desierto, furioso, parece exigir mi ausencia.

Y yo, mientras tanto, sigo pasmado ante esta repentina ilusión, permanezco en mi sitio sin ni siquiera cubrirme los ojos de la agresiva tempestad que me rodea. Me pregunto cómo habré llegado hasta aquí. Estoy solo, terriblemente solo, y empiezo a recordar que es el mismo sentimiento de instantes antes de haber aparecido aquí. Y nunca antes había sentido un sentimiento que me inspirara tanta desdicha.

Aunque el desierto, en su soledad, pareciera al principio rechazar mi repentina presencia, parece que poco a poco va tolerando un huésped más; la tormenta va amainando. Pero, ¿un huésped más? ¿Acaso estoy loco? En este lugar, posible fruto de mi fantasía, no puede haber nadie más. Jamás pude imaginar lugar más desamparado. No, reflexiono, jamás pude imaginar lugar más desamparado porque jamás mi alma se había sentido tan sola.

Poco a poco la arena se desvanece del aire y voy dislumbrando más y más esta tierra olvidada. Pero al cabo me doy cuenta de algo terrible. Oh,¡ojalá no hubiera cesado nunca la tormenta! Comprendo que únicamente me estaba engañando, que en lo más profundo de mi corazón esperaba encontrar a alguien tras aquella arenosa barrera. Ahora aquel pequeño ápice de esperanza que me mantenía vivo se va desvaneciendo junto con la tormenta. Estoy solo... completamente solo. Más allá de las palabras, creo que únicamente yo podría comprender mi propio sentir; y, entonces, encuentro una excusa irrevocable para convencerme de mi absoluta soledad en este lugar.

Noto cómo mi cara se torna con una expresión facial tan triste que aumenta mi dolor, momento en el cual me doy cuenta de que las lágrimas corren por mis mejillas en insólita abundancia. Los pinchazos de mi corazón se vuelven insoportables, ¡me asfixio!... ¿se puede morir de soledad? Oh, en mis carnes vivo la respuesta a mi pregunta. Apoyo una rodilla en el suelo, en aumentada turbación, mi mano derecha en mi corazón, mi mano izquierda me sirve como tercer apoyo. Recuerdo todas esas lecturas, todos esos diálogos que me incitaban a creer que siempre debemos tener esperanzas. Pero, ¿la hay esta vez? No lo creo, estoy acabado; ya sólo veo caer mis propias lágrimas en la infértil tierra y desaparecer en ella casi en el mismo instante. Me pregunto si mi propia existencia se desvanecerá de las mentes de los que me conocieron con tal pasmosa rapidez... Cierro los ojos. El dolor y el creciente miedo al olvido se abalanzan sobre mí. Sí, me desvanezco...

En un último esfuerzo, noto cómo mi cuerpo se vuelve a alzar, pero no soy yo. Unas cálidas manos me levantan agarrándome por las axilas y logran incorporarme. Entonces oigo, en mi semiinconsciencia, que alguien me habla: -¿tú también estás solo?-
Mi alma vuelve a florecer... Aun en esta infértil tierra, también es capaz de hacerlo.

Lo que hacemos en la vida

Es nuestra vida una especie de relato aún inacabado
Suma de mil momentos; mil historias y acontecimientos
Llena de acciones ligadas a una moral tal vez aprendida
o quizás innata, inherente a nuestra vida

Y todo que lo que hemos sido, todo lo que hemos hecho
no queda grabado más que en nosotros mismos
Lo que de nuestra boca salga no será más que reflejo
de lo que en verdad fue, de lo que en verdad hicimos

Y aquella misma moral juzgará, muy severamente
si lo que los cuentos cuentan con brío y maestría
son fruto de elogiables vidas
o ilusiones de absurda majadería

Pues difícil es vivir con honestidad
en donde lo más fácil es convertirse en charlatán

Ocurrió en San Gregorio

Los vehículos oruga de montaña, denominados T.O.M., avanzaban raudos hacia el enemigo tan rápido como el terreno lo permitía. En una formación en guerrilla, los tres vehículos avanzaban paralelamente dejando una distancia entre sí de entre 50 y 100 metros. En los rígidos asientos de la cabina trasera las maltrechas posaderas de los soldados se resentían por cada bache que el T.O.M. cogía, aunque en aquel momento lo cierto era que con los nervios previos a la entrada en combate aquello carecía de la más absoluta importancia. En una de las cabinas traseras , la del vehículo central, cuatro miembros de un pelotón preparaban todo para salir en cualquier momento del vehículo.

La misión específica encomendada a la primera sección de la tercera compañía del batallón Pirineos, cazadores de montaña, era tomar una cota ocupada por un pelotón de soldados enemigos. Encuadrados en un despliegue mucho mayor, ellos formaban sólo una pequeña pieza de un gran puzle sin la que, probablemente, la consecución del objetivo no podría ser igual de efectiva. Ellos, conscientes su importancia, saldrían y darían los ‘barrigazos’ tan bien como sabían.

Tras una última bajada con pronunciada pendiente los soldados Lozano, Olano, Zavala y Cruz ultimaban su equipo porque sabían bien que la salida era inminente. El vehículo se detuvo al poco y, tras oír los dos pitidos de alerta, Lozano abrió la compuerta y salieron los cuatro, dos a cada lado, desplegándose junto al resto del pelotón a la vanguardia del vehículo. El sargento Montañez, jefe del primer pelotón, ya había lanzado los botes de humo que formarían una cortina que cubriría su posición. A su lado, el radio, Giraut, que no se despegaba de él en ningún momento para poder tener conexión con los demás jefes de pelotón y con el capitán. El cabo Castiñeiras, a su vez, también permanecía cuerpo a tierra en su sitio listo para la acción. Al poco tiempo el sargento dio la orden:

-¡Vamos, señores! ¡Saltamos y pasamos la cortina de humo!

Ipso facto el pelotón se levantó y atravesó la cortina logrando vislumbrar la cota que debían conquistar. Hicieron nuevamente cuerpo a tierra y esperaron a que los otros dos pelotones atravesaran también la cortina de humo que, desplazada por el viento, comenzaba a servir ya de poco. Realizaron así dos o tres saltos hasta que el sargento dio la orden de fuego de ametralladoras. Fue entonces cuando las amelis y las mgs de la sección comenzaron a batir la zona del enemigo. En el primer pelotón, Lozano y Olano, tiradores ambos de ameli, saltaban y se asentaban con la suficiente agilidad como para no dejar de hacer ruido con su armamento. No era, sin embargo, su ruido el que más se hacía eco en aquellos momentos, pues el feroz rugido de las mgs de Campo y Sardá no dejaba pie al más mínimo silencio, creando ráfagas cortas y eficientes dignas de motivados tiradores como ellos.

Pero los fusiles no querían perder protagonismo en tal fiesta de rafagazos, por lo que pronto, a una distancia quizás algo mayor que sus cuatrocientos metros de alcance eficaz, comenzaron a escupir fuego.

-¡En los siguientes saltos debemos abrirnos a la izquierda! -El sargento Montañez, además de pegar tiros, también debía coordinar con éxito el movimiento de la sección y del pelotón.

La orden fue pasada de boca en boca para que todos se enteraran, pues con tanto ruido tan sólo era posible oír más que escuchar. La sección se encontraba en aquel momento dando saltos a través de una zona del terreno maliciosamente infestada de ortigas. En la mayoría de los casos ni siquiera hacía falta tumbarse pues con tan sólo poniendo rodilla en tierra era suficiente para ocultarse de las vistas del enemigo. A todos les picaba todo el cuerpo. Pero aquél no era momento para pensar en eso.

A unos veinte metros del último obstáculo el sargento ordenó dar un último salto abierto hacia la izquierda para así dejar paso a los zapadores que llegaban desde la retaguardia.

-¡Nos quedamos quietos dando apoyo hasta que los zapadores abran la brecha!

Cruz pasó la orden a su derecha:

-¡Lozano! ¡¿te has enterado?!
-¡Perfectamente!- respondió. -¡Me estoy quedando sin munición!
-¡A mí me quedan tres cargadores! ¡Hay que aguantar hasta que estemos allí! -añadió Cruz. -¡Atención, cambio cargador!

Fue entonces cuando los zapadores sobrepasaron sus líneas para irrumpir contra el último obstáculo que impedía a los infantes asaltar definitivamente la cota, lanzando sus botes de humo para intentar anular la vista del enemigo. Los cazadores, mientras tanto, daban constante apoyo de fuego en, quizás, la situación más delicada de la misión. Sobre todo para los ingenieros tan expuestos en ese momento al fuego enemigo.

En el visor óptico de su fusil el cabo Castiñeiras intentaba cuadrar uno de los objetivos de la cota. Con temple, concentración y guardando serenamente la respiración, estaba a punto de batir un objetivo bastante difícil para una distancia como aquella y un fusil hk. Pero en el momento en que empezaba a presionar el disparador vio sorprendido cómo su objetivo quedaba abatido justo en el momento en que una voz a su izquierda decía:

-¡Le ha gustado eso, mi cabo!
-¡Zavala, hijo de puta! -dijo el cabo con una sonrisa. -¡Ese objetivo era mío!

En aquel momento uno de los zapadores alertaba de que la explosión iba ya a suceder.

-¡Cuerpo a tierra!¡Cuerpo a tierra!

Olano fue el primero que, bajo el fragor de la batalla, se dio cuenta de la alerta, gritando la misma orden a sus compañeros.

-¡Cuerpo a tierra!-gritaba hacia uno y otro lado. -¡Cuerpo a tierra, mi sargento!

El estruendo fue tan grande como el daño que produjo la explosión. Y entre el humo, la tierra y el fuego un zapador, a la voz de ‘brecha abierta’, mostraba a los infantes zarandeando un banderín la puerta de la brecha animándoles a asestar el golpe final.

El primer pelotón, con Lozano al frente, fue el primero en entrar, pasando a la carrera el empinado pasillo para colocarse luego desplegados a su izquierda en las mismas posiciones que antes llevaban. El cansancio se hacía notar por doquier, pero ya estaban casi arriba. Comenzaba un fuego arrollador que pocas posibilidades dejaba al enemigo de seguir en pie, y así siguió, aún más, cuando el sargento dio la orden de asalto final.

-¡Al asaltooo!

Levantándose al instante gritaron y alzaron todos sus fusiles para encararlos descaradamente contra los puestos enemigos descargando lo que les quedaba de munición. Al ruido de sus armas unían ahora el grito de sus gargantas, imponiéndose definitivamente al enemigo.
Momentos después, tumbados en la cota, cansados y sudorosos, los soldados se jactaban de haber alcanzado con éxito su objetivo. Las siluetas quedaron agujereadas a más no poder y de los globos no quedaba rastro alguno. Pues por suerte para ellos esos eran entonces los maltrechos enemigos. Por suerte para todos aquello no era más que un ejercicio.

El caminante

El caminante llevaba avanzando por el sendero casi cinco horas. Era la de aquel día una extraña etapa, puesto que, si no le fallaba la memoria, en ninguno de los días anteriores de su larga travesía habíase dado el caso de que el camino no se bifurcara en algún punto. Tal era la costumbre que había adquirido de elegir de tanto en tanto el ramal que más se le antojara, que no pudo evitar sentirse un poco angustiado ante el devenir de los acontecimientos. Pero no se dejó apabullar ni paralizar por los caprichos del destino y, convencido de que tarde o temprano volvería a tener el control, caminó presto y decidido por el inexorable sendero.

El mal soñador

Miró el reloj el viajero que se disponía a coger el autobús hacia su lugar soñado. Tan sólo faltaban diez escasos minutos para emprender el gran viaje de su vida. Sentado como estaba en un banco de la estación, alzó la vista para mirar con curiosidad el panel de salidas, observando los otros muchos destinos que pronto, también, otros viajeros como él habían decidido tomar. Empezó preguntándose las razones por las cuales aquellos otros hombres y mujeres habían decidido uno u otro destino y, viéndose reflejado en cada una de las demás vidas, pasaron por su cabeza, como un rapidísimo rayo de luz, decenas de escenas que representaban su existencia acorde con esos otros objetivos. Y lo cierto era que en la mayoría de esas escenas el feliz y soñador viajero encontraba para sí caminos con los que también se veía satisfecho. Y se preguntó si realmente había escogido el autobús correcto o debería reflexionar nuevamente sobre tal trascendental cuestión.

Miró el reloj el viajero que se disponía a coger el autobús hacia su lugar soñado. Habían pasado diez escasos minutos desde que su autobús salió. No habían sido tan rápidos esos románticos pensamientos de visionadas autobiografías, y el viajero se sintió mal por haber desperdiciado una oportunidad de emprender definitivamente su camino. Alzó la vista y observó con alegría que en cinco minutos salía otro autobús con otro destino nada despreciable. Pero mientras pensaba qué habría sido de su vida si hubiera cogido el autobús perdido, salió aquél otro sin que el empedernido soñador ni siquiera se percatara.

Sin Rumbo Fijo

Comenzaré esta pequeña introducción explicando el por qué del título de este blog. Desde hace unos años mi vida ha sido un poco desastrosa en cuanto a lo que de la vida quiero conseguir o ser. Sin saber muy bien qué era lo que quería he estado en unos sitios y en otros intentando ‘encontrar mi sitio’, tal como mi amiga Jéssica describiría mi situación . Aunque sea ésta una explicación bastante incompleta y sosa, no voy a dar detalles de tal historia porque, ciertamente, no me encuentro con ganas de contarla. De cualquier manera, tampoco hay mucho que contar, así que, al menos hoy, qué más da. Y como en el fondo nunca sabemos qué cauce van a seguir nuestras existencias, quizás estemos muchos de nosotros inmersos en una derrota sin fin, en un eterno vagar en busca de lo que, quizás algún día, nos haga felices. Yo al menos no puedo decir que tenga un rumbo bien fijado.

No quiero, no obstante, que los muchos que posiblemente se sientan identificados con lo que he dicho anteriormente intenten buscar textos relacionados con ese tema en este blog. No. Este blog es, sobre todo, para mí. Para publicar cualquier cosa que me apetezca, desde textos sueltos a pequeños fragmentos de mi vida, desde fotos diversas a relatos míos o que considere que valen la pena leer. Pretendo -y esta introducción tiene el mismo fin- escribir para releerme en un futuro y recordar lo que entonces pensaba y me intrigaba, para recordar trozos de mi vida que quizás de otra manera podrían caer en el olvido. Pero también, claro está, para que me lea quien quiera leerme y abrirme a todo aquél que tenga interés en conocerme, pues estoy seguro de que es escribiendo como mejor expreso mis pensamientos. Y de paso, cómo no, sacio ese pequeño ansia de escribir que no siempre logro apagar por no saber qué contar.

Creo que eso es todo lo que quería decir aquí. Así que, sin enrollarme más, mando un saludo a todos los amigos que hasta aquí han leído, en especial a aquellos que hace tiempo que no veo.